Parece una obviedad, pero en estos momentos nunca había sido un negocio tan redondo: quien tiene oro, tiene un tesoro

Publicado el 21/09/2025 por Diario Tecnología
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Parece una obviedad, pero en estos momentos nunca había sido un negocio tan redondo: quien tiene oro, tiene un tesoro

En el mes de agosto conocimos una historia que reflejaba como pocas el estado de uno de los materiales más preciados del planeta. Resulta que en Stilfontein, un antiguo pueblo minero de Sudáfrica, los vecinos ya no temen al vacío de los túneles abandonados, sino a los forasteros que llegan en coches cargados de fusiles. Sí, estas bandas armadas llegan para llevarse un botín cada día más valioso.

Unas semanas después, comprar oro vuelve a ser el negocio del siglo.

Auge histórico del metal refugio. Sí, el oro atraviesa su mayor escalada anual desde 1979, con un salto del 39% que lo ha llevado a máximos históricos por encima de los 3.649 dólares la onza, y lo hace no por un colapso financiero clásico, sino por la búsqueda de coberturas ante un entorno político y macroeconómico percibido como inestable. 

Contaba el WSJ que la mejor estampa la encarna Kenneth Pack, un jubilado de Nevada que entró por primera vez en abril para blindarse frente al desorden asociado a la nueva administración Trump y que, incluso tras el rebote bursátil posterior a la confusión del “Día de la Liberación”, ha decidido mantener un 17% de su cartera en metales y valores ligados. 

Un regreso por todo lo alto. El fenómeno trasciende al inversor minorista y se percibe desde los pasillos de Costco hasta bóvedas acorazadas en Londres, donde el metal se almacena y negocia sin abandonar el edificio, y donde la expectativa dominante es que el precio seguirá subiendo

El punto de partida, en realidad, se gestó hace casi tres años con compras sostenidas de bancos centrales y demanda china, pero el motor de 2025 es también occidental: una aversión selectiva al riesgo que convive con un mercado bursátil (extra)eufórico por la IA, y que usa el oro como seguro frente a un dólar debilitado y a decisiones de política económica difíciles de anticipar.

Política comercial y el dólar. Plus: el intento de reordenar el comercio global a golpe de aranceles cambiantes en cuestión de horas ha contaminado las previsiones de inflación y crecimiento, mientras una campaña de presión sobre la Reserva Federal cuestiona la independencia de un pilar institucional clave. 

En paralelo, el dólar ha tenido su peor primer semestre en más de medio siglo según algunas métricas, deterioro que mejora el atractivo de activos no denominados en la divisa estadounidense. La falta de avances tangibles para cerrar conflictos que periódicamente sacuden los mercados, como el de Ucrania, añade una capa geopolítica que refuerza la percepción de fragilidad del orden económico, y que en la mente de muchos inversores conecta con la memoria de los setenta: cuando los shocks energéticos y la erosión del poder adquisitivo hicieron del oro una vía de escape frente a la incertidumbre.

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Canales de inversión. Este ascenso no es solo un relato sociológico: en realidad se puede seguir el rastro del dinero. Los ETF estadounidenses respaldados por oro físico han visto crecer su patrimonio un 43% desde enero, con entradas mensuales entre las mayores de la última década, mientras los hedge funds han concentrado casi la mitad de su exposición neta a materias primas en el metal, amplificando los movimientos de corto plazo. 

El mensaje de agosto en Washington de Jerome Powell, al insinuar el inicio de recortes de tipos, actuó como catalizador doble: a corto, encarece menos mantener un activo sin cupón frente a la deuda pública. A medio, si se recortan tipos con pleno empleo y una inflación todavía por encima del objetivo, el riesgo es sembrar presiones de precios más persistentes que sostengan la tesis alcista. La sensibilidad del oro al coste de oportunidad es inmediata, pero su vigor depende de la narrativa de fondo: si el recorte de tipos conviviera con un dólar débil y expectativas de inflación tozudas, el flujo marginal seguiría favoreciendo al metal.

Psicología del refugio. Es inherente al ser humano. En este clima, la psicología del refugio se propaga más allá de los profesionales. Como resumía el Journal, en Londres, esas bóvedas privadas reportan un goteo constante de patrimonios que prefieren la seguridad tangible del lingote, hasta el punto de planificar la duplicación de su capacidad de cajas, mientras en la calle sube el número de personas que venden joyas para fundición porque “el valor está en el material”, desplazando la artesanía por el peso del metal. 

La narrativa se filtra también por canales políticos y comerciales, con figuras públicas promoviendo la conversión de cuentas de jubilación al oro, un síntoma de que ha dejado de ser un instrumento de nicho para consolidarse como símbolo transversal de protección patrimonial. El detalle significativo es que este auge convive con máximos bursátiles: no hay huida general del riesgo, sino una cobertura explícita frente a escenarios adversos que el mercado no termina de descartar.

Riesgos y contrapesos. Esta semana muchos medios estadounidenses explicaban que el peligro que alimenta la fiebre dorada es una palabra maldita de los setenta: estanflación, es decir, la mezcla de inflación alta y crecimiento débil que erosiona beneficios y encarece la financiación. Varios analistas advierten que su probabilidad ha aumentado y, de materializarse, ofrecería un macroentorno óptimo para el oro. 

El contrapeso: una restauración de la confianza en el crecimiento de Estados Unidos y en el papel del dólar como reserva podría pinchar el impulso, pero con tensiones comerciales vivas y una política exterior percibida como más retraída, esa hipótesis apunta frágil. El oro no sube en línea recta y es sensible a cambios en tipos reales y en el apetito por riesgo, pero el equilibrio de fuerzas actual (compras estructurales de bancos centrales, flujos financieros hacia ETF, cobertura geopolítica y dudas sobre la disciplina de precios) explica por qué este 2025 recuerda, en intensidad, a la última gran sacudida del metal.

Sí y no. Si se quiere también, el auge del oro funciona como una especie de referéndum silencioso sobre tres vectores: la credibilidad de la política económica, la solidez del dólar y la persistencia de tensiones geopolíticas. Mientras la combinación de aranceles erráticos, presión institucional y conflictos enquistados sostenga la sensación de que lo extraño es el nuevo normal, el metal conservará su inercia como seguro sistémico.

Por el contrario, si en algún momento cristaliza un relato alternativo (crecimiento más robusto, inflación convergiendo de forma creíble al objetivo y/o un dólar revalorizándose), el mercado ajustará posiciones y drenará parte del entusiasmo. Hasta entonces, lo que vemos es menos una burbuja emocional que la decisión fría de muchos a pagar una suerte de prima por certeza en un mundo donde los parámetros cambian con súbita rapidez.

Imagen | Pexels, PXHere

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