Por muchas piedras que me ha puesto en el camino, no se me va de la cabeza lo que me ha hecho sentir Death Stranding 2: On the Beach
Publicado el 23/06/2025 por Diario Tecnología Artículo original
A lo largo de las últimas tres semanas, mi PS5 ha prendido fuego. Por suerte, no literalmente hablando, pero entre el calor y la caña que le he dado, tampoco me habría parecido algo extraño. Lo cierto es que ha habido un gran motivo para ello y es que he tenido el inmenso placer de haber podido jugar de principio a fin a Death Stranding 2: On the Beach, uno de los juegos que más me moría de ganas de probar este 2025.
Su primera parte ya me pareció una auténtica obra maestra, a pesar de que en un principio me mostré un poco reticente a probarla, ya que tenía la sensación de que este tipo de propuestas no eran para mí. Por suerte, no pude estar más equivocado y logré pasármela, tanto en su versión para PC como la edición definitiva de PS5. Uno de esos viajes que son simplemente inolvidables y una sensación que he podido experimentar durante estos días con esta secuela tan alucinante.
Hablar de Death Stranding 2 en un único texto no le hace ninguna justicia. Son tantas las anécdotas que me ha brindado, los momentos que he presenciado y me han dejado con la boca abierta o las misiones que desearía repetir, que es un juego en el que no he podido parar de pensar desde que inicié mi andadura a principios de junio. Incluso tras haberla finalizado, continúa dando vueltas en mi cabeza, porque lo que he vivido es una locura en todos los sentidos.
Dicho esto, tengo ganas de hablar largo y tendido sobre esta segunda parte que han desarrollado Hideo Kojima y su equipo, pero lo haré poco a poco. Por el momento, prefiero centrarme en aspectos y detalles más concretos del título, destacando en esta ocasión su dificultad y los retos que me ha planteado el viaje que he emprendido en este mundo postapocalíptico, que no han sido pocos. Sobre todo este apartado en particular que me ha parecido asombroso y ha logrado que no me relajara jamás a los mandos.
Antes de nada, lo primero que he de dejar claro es que, a grandes rasgos, la jugabilidad es idéntica a la de la primera parte. Es decir, hay que volver a transportar cargas excesivamente pesadas e ir de un lado a otro conectando bases, salvo que aquí la trama deja de lado Estados Unidos para dar el salto a una parte de México y de ahí saltar directamente a Australia, teniendo que recorrer todo el país por completo con unas dimensiones colosales.
La compañía podría haber tirado por lo fácil y limitarse a reproducir exactamente la misma fórmula que ya le funcionó y tirar adelante con ella. Sin embargo, eso no quita que haya novedades y es precisamente en la dificultad donde me he encontrado buena parte de ellas. Tal es el caso, que en el título original no llegué a morir ni una sola vez. En cambio, aquí sí. Solo una, eso sí, pero sucedió tan al principio que me hizo pensar que esto no iba a ser en absoluto ningún camino de rosas.

Sucedió al poco de aterrizar en Australia y al toparme uno de los nuevos EV que te presenta el juego, los denominados acechadores. Su aspecto, los sonidos, la ambientación y la tensión del momento provocan que se te ericen los pelos de la piel constantemente. La atmósfera que desprende el juego en estos instantes es tan brutal que logra atraparte por completo y hacerte sentir como si fueras realmente Sam Porter intentando sobrevivir a estos seres tan letales. Y más ante estos nuevos enemigos que no son, ni de lejos, tan fáciles de evitar como los EV normales.
Por eso mismo, a pesar de que intenté ignorarlo e incluso acabar con él en cuanto captó mi presencia, y eso que quise pasar desapercibido en un primer momento, no sirvió de nada. En cuanto me quise dar cuenta, el EV ya me había engullido y acabado conmigo, generando un cráter del tamaño de un campo de fútbol por sus dimensiones tan gigantescas. Aun así, lejos de molestarme por lo ocurrido, por haber perdido parte de mi carga y que otra gran parte acabara deteriorada, lo cierto es que me transmitió una enorme sensación de satisfacción.
El motivo es muy simple, y es que eso mismo me sirvió para darme cuenta de que esta secuela iba a ser mucho más desafiante y el juego ya me estaba advirtiendo: prepárate, porque esto no es más que una pequeña parte de los peligros que te esperan. Y me ha alegrado una barbaridad, porque precisamente eso es lo que quería, que la aventura me colocara una tonelada de piedras por el camino que me obligaran a tener que estar planeando rutas de todo tipo, a llevar la carga adecuada para cada misión y a tener que estar mirando a cada segundo dónde pisaba.

Mira que en el predecesor de Death Stranding 2 lo pasaba mal cuando me adentraba en una zona de EV, pero es que en esta ocasión es de locos cómo el juego no para de hacerte sentir que estás contra las cuerdas. Un hecho que, sin duda, llama la atención, porque Sam está armado hasta los dientes, dado que este nuevo viaje está infinitamente más enfocado a la acción, pero el juego siempre sabe encontrar la forma de conseguir que jamás te sientas seguro, ya sea por los terrenos tan repletos de estos entes, los inmensos campamentos de forajidos (los sustitutos de las mulas) o los nuevos mecas fantasma con los que hay que lidiar.
Lo que sí se repite es que cada uno puede decidir cómo abordar cada situación de la forma que mejor le parezca. Si bien hay veces que estás obligado a tener que enfrentarte a cualquiera de todos estos enemigos, por motivos puramente argumentales, en la inmensa mayoría de ocasiones es puramente opcional, dado que el mundo abierto está libre de barreras y depende de los propios jugadores el decidir cuál es el mejor camino a tomar para llegar del punto A al punto B. Cada uno puede elegir seguir la ruta que mejor le parezca, dado que el juego jamás te penalizará o premiará por ser valiente, un cobarde, un precavido o un imprudente. Allá cada uno con las decisiones que tome.
No me escondo al reconocer que siempre que he podido he pasado de largo de los campamentos de EV que hay por todo el país. Por el contrario, no he tenido problemas en enfrentarme directamente a cualquier grupo de forajidos al poder sacar partido de fusiles de asalto, pistolas aturdidoras, ametralladoras y granadas, entre otras armas, al igual que también tienes a tu disposición lanzas electrificadas y unos guantes que meten unos puñetazos capaces de hacer que no se levanten en unos cuantos días. Podría parecer que estos encuentros son coser y cantar, pero la inteligencia artificial de los enemigos no se queda corta en absoluto.
Entre que los grupos que se suelen juntar son tremendamente numerosos, y que ellos no se cortan ni un pelo en masacrarte a tiros y a bombazos, siempre estás obligado a llevar un buen cargamento de bolsas de sangre y criptobios para salir del paso. Y más aún en las zonas en las que habitan los nuevos mecas fantasma, porque algunos de ellos son muy duros de pelar y de nada sirve optar por el sigilo para destrozarlos, pero tampoco conviene permanecer expuesto en todo momento para hacerles picadillo. De todos modos, estas batallas las he disfrutado muchísimo, y más todavía los combates contra los diferentes (y pocos) jefes finales.
La jugabilidad y el gunplay en general se han optimizado plenamente para que resulte de lo más gratificante liarte a tiros, a bombazos o a puñetazos contra cualquier cosa que se ponga por delante. Hasta también hay nuevas herramientas para erradicar a los EV y los vehículos no se quedan atrás al poder equiparlos a estos también con ametralladoras, por lo que al final siempre hay múltiples formas de poder plantar cara a todos los enemigos de Sam. Ninguna de ellas es la más correcta ni la peor. Al final todo se basa en la forma de jugar de cada uno y con la que se sienta más cómodo, aunque a lo largo del juego no paras de desbloquear más armas y herramientas que se suman al ya de por sí completo y variado arsenal.

Pero si hay otro gran motivo por el que no quería dejar títere con cabeza en cada campamento de forajidos es porque en estos se podían encontrar decenas de recursos, como metales o cerámica, para fabricar artículos y sobre todo para restaurar carreteras y los nuevos monorraíles por los que te puedes enganchar, dependiendo de si quieres desplazarte por tierra o desde las alturas. Asimismo, en estas zonas puedes apropiarte de sus vehículos y sus armas para que al final no hiciera falta tener que fabricar las tuyas propias, lo que sin duda me vino de perlas para tener una descomunal colección en mi taquilla privada del DHV Magellan, la nave que te acompaña casi todo el viaje y hace la función de base de operaciones principal.
Más allá de todo esto, los enemigos o el propio terreno, con sus montañas heladas, acantilados, terrenos escarpados, lagos y ríos, no son los únicos peligros con los que me he acabado topando. Si hay otro que también ha entorpecido en gran medida a la travesía y a mi forma de planear las rutas, ese ha sido desde luego los efectos climáticos que surgen de vez en cuando en ciertos puntos del mapa y que afectan a la forma de jugar, de desplazarte y a la visión de todo lo que tienes alrededor. Se trata de otro aspecto que me ha fascinado y que habría deseado que sucediera más a menudo de lo normal.
De esta manera, he tenido que atravesar terribles tormentas de arena con las que no se veía absolutamente nada ni a un metro de distancia, una lluvia de bolas de fuego que quemaba todo a mi alrededor y que tenía que ir apagando para abrirme paso, tormentas eléctricas que me obligaban a prestar atención al lugar en el que caían sus rayos, y hasta hubo un momento que casi muero sepultado por la nieve por una avalancha que casi se me lleva por delante. En este último caso en concreto, he de admitir que tuve suerte de llevar el equipo idóneo y estar en el lugar adecuado para poder resguardarme a tiempo mientras veía cómo la nieve se aproximaba a mi posición a gran velocidad.

Junto con todo esto, a veces se producen grandes terremotos que te paralizan en seco y destruyen por completo algunas estructuras, como también sucede con el declive, la lluvia que envejece y oxida todo lo que toca y que me ha dado la sensación de que en esta secuela es más frecuente todavía. Pero todo esto es justo lo que quería y lo que buscaba, que el juego no me diera nunca ningún respiro y siempre me estuviera planteando retos de todo tipo y de lo más variados, porque si estamos en un mundo postapocalíptico en el que es una temeridad salir al exterior, eso es justo lo que quiero que se vea reflejado en el juego. Y, desde luego, lo cumple con creces.
De todos modos, contar todos y cada uno de los momentos que he vivido en este sentido durante más de 60 horas me daría para un texto el triple o cuádruple de largo, como mínimo, y eso sin centrarme en otros apartados, como su banda sonora, sus personajes, su trama o su calidad gráfica, que os puedo asegurar que son todos simplemente excepcionales, aunque eso ya lo dejaré para otra ocasión. En resumidas cuentas, Death Stranding 2: On the Beach es una de esas experiencias que solo se viven una vez en la vida y por las que adoro que jugar a sea mi afición favorita. Una obra que tiene todas las papeletas para ser el GOTY de 2025 muy merecidamente.
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