Para que 125 aviones y 14 bombas llegarán a Irán, EEUU utilizó una de las tácticas más antiguas de la guerra: la perfidia
Publicado el 23/06/2025 por Diario Tecnología Artículo original
La bautizada como Operación Martillo, el mayor ataque furtivo de Estados Unidos contra varias de las instalaciones críticas de Irán, se basó en una arquitectura táctica altamente sofisticada, una donde, por encima de cualquier otra baza, la clave fue la sorpresa total. Para ello, Estados Unidos comenzó con una de las tácticas más antiguas y efectivas de la guerra. Todo empezó 48 horas antes de la ofensiva, cuando Trump daba dos semanas para “evitar” el ataque.
Perfidia. Esas dos semanas jamás existieron en la cabeza de Estados Unidos, y eso lo sabía Israel y pocos más actores. De hecho, la mayoría de los aliados europeos se encontraban tratando de encontrar un diálogo pocas horas antes de conocer la operación que estaba en marcha. Desde el punto de vista diplomático y ético, Washington estaba llevando a cabo una forma de perfidia política, ya que Irán estaba participando en conversaciones que Estados Unidos utilizó para la ofensiva secreta.
La maniobra siguió también una estrategia de engaño militar clásica, una serie de señuelos y mensajes públicos que, como veremos, evitaron cualquier suspicacia mientras se preparaba en secreto una de las ofensivas más brutales que se recuerdan en la historia de las guerras modernas.
La operación Martillo. La ofensiva aérea lanzada por Estados Unidos contra los principales sitios nucleares de Irán representa no solo el mayor uso operativo en la historia del bombardero B-2 Spirit, sino también una muestra sin precedentes de coordinación táctica, engaño estratégico y capacidad tecnológica acumulada a lo largo de años de preparación.
El ataque incluyó el uso por primera vez en combate de la bomba antibúnker GBU-57/B Massive Ordnance Penetrator (MOP), de 13.600 kilogramos, diseñada específicamente para destruir instalaciones profundamente enterradas y protegidas como Fordow. En total, 14 de estas bombas fueron lanzadas sobre Fordow y Natanz, mientras que más de dos docenas de misiles de crucero Tomahawk impactaron en Isfahán, lanzados desde un submarino nuclear clase Ohio posicionado en el área de operaciones del Mando Central estadounidense.
El arte del engaño. Todo empezó el sábado por la mañana, cuando observadores de vuelos detectaron varios bombarderos furtivos B-2 Spirit despegando desde la base aérea de Whiteman, en Misuri, y dirigiéndose hacia el Pacífico, lo que pareció indicar un despliegue hacia Guam o misiones relacionadas con Asia.
Sin embargo, este movimiento fue un señuelo: los verdaderos bombarderos encargados del ataque partieron poco después en dirección contraria, hacia el este, en modo completamente sigiloso, cruzando enormes distancias sin ser detectados hasta llegar al espacio aéreo iraní.

La sorpresa. Como decíamos, la clave del éxito operativo fue el engaño deliberado: tanto el despliegue visible hacia el Pacífico como las declaraciones de Trump en los días previos, donde afirmaba que se tomaría hasta dos semanas para evaluar una posible intervención, crearon la falsa percepción de que aún había margen diplomático.
De hecho, la mañana del sábado, altos funcionarios indicaban que no se había emitido ninguna orden de ataque, reforzando esa ilusión. Luego, en la tarde de ese mismo día, desde su club privado en Nueva Jersey, Trump dio la orden final. Según un alto funcionario de la administración, el objetivo era precisamente “crear una situación en la que nadie lo esperara”.

Los B2. Los actores principales fueron esos siete bombarderos que partieron en sigilo hacia el este desde Misuri. A lo largo de un vuelo de 18 horas, con múltiples reabastecimientos en el aire, se mantuvo un perfil de comunicación mínimo.
La sincronización con escoltas, cazas de cuarta y quinta generación, aviones de inteligencia, guerra electrónica y repostaje aéreo fue milimétrica: los cazas lanzaron fuego supresivo preventivo para neutralizar amenazas de defensa aérea iraní antes de que los bombarderos cruzaran el espacio aéreo enemigo, sin que se detectara actividad hostil. El paquete aéreo completo superó los 125 aviones, incluyendo plataformas como F-35, F-22, EA-18G Growler y posiblemente activos aún no revelados.

Objetivos alcanzados. Entre las 6:40 y las 7:05 PM hora de Washington (2:10 a 2:35 AM en Irán), todos los objetivos nucleares fueron impactados. Los bombardeos sobre Fordow, Natanz e Isfahán emplearon 75 armas de precisión guiadas y lograron lo que el Pentágono describió como “destrucción severa” de la infraestructura.
Las primeras imágenes satelitales divulgadas por Maxar Technologies mostraron cráteres de más de cinco metros, capas de ceniza azulada y entradas de túneles bloqueadas por derrumbes. Aunque Irán no disparó una sola defensa antiaérea ni desplegó cazas, el golpe fue profundo y difícil de revertir en el corto plazo, particularmente en Fordow, enterrado bajo una montaña y considerado hasta ahora impenetrable.
Cooperación oculta. Como indicábamos, si alguien sabía lo que Estados Unidos tenía entre manos, era Israel. Antes del ataque, Estados Unidos compartió con Israel una lista de sistemas de defensa aérea que deseaba neutralizar, y la campaña israelí previa facilitó la apertura del corredor aéreo para los B-2.
La coordinación incluyó el uso compartido de inteligencia y sincronización operativa (en ese sentido, los F-35 israelíes, con su capacidad para recopilar datos, jugaron un papel clave en la recopilación de información sobre las defensas iraníes). Durante las semanas previas, se realizaron ejercicios a gran escala que simularon misiones similares, y se invirtieron años en el desarrollo de capacidades técnicas para integrar armamento, sensores, plataformas furtivas y comando unificado en un único flujo operativo.
Operación ¿cerrada? Es una de las grandes incógnitas. Pese a la magnitud del ataque, el secretario de Defensa Pete Hegseth enfatizó que la operación no marca el inicio de una campaña abierta, sino una acción puntual con un objetivo claro: neutralizar la capacidad nuclear iraní. Aun así, reconoció que las fuerzas estadounidenses permanecen en máxima alerta ante posibles represalias.
En sus palabras, “esto no fue un intento de cambio de régimen; fue una operación precisa para defender nuestros intereses nacionales y los de nuestros aliados”. Por ahora, Irán ha limitado sus respuestas a nuevos ataques sobre Israel, pero altos funcionarios iraníes ya han declarado su derecho a responder directamente contra intereses estadounidenses, y las preocupaciones por una escalada regional, incluyendo un posible cierre del estrecho de Ormuz o ataques con misiles de corto alcance y drones, siguen latentes.
Evolución sin precedentes. Más allá del impacto inmediato sobre el programa nuclear iraní, la operación representa el punto culminante de décadas de desarrollo doctrinal, tecnológico y operacional. La capacidad de coordinar una fuerza multinivel de más de 125 aeronaves, atravesar espacio aéreo hostil sin ser detectados y lograr una sincronización perfecta con misiles lanzados desde un submarino, mientras se engañaba a analistas y aliados, muestra una madurez militar que trasciende lo puramente bélico.
Si se quiere también, estamos ante una demostración de poder quirúrgico en el siglo XXI: una operación silenciosa, devastadora, fugaz… pero con reverberaciones geopolíticas duraderas.
Sin victoria. Sea como fuere, y a pesar de la eficacia del ataque, tanto los mandos militares como analistas reconocen que el objetivo solo se ha logrado parcialmente. Qué duda cabe, Fordow ha quedado severamente dañado, pero, por lo que se ha deslizado, no ha quedado destruido por completo.
No solo eso. El programa nuclear iraní, aunque golpeado, no ha sido aniquilado. La resiliencia del conocimiento técnico, la posible existencia de instalaciones clandestinas, y la voluntad del régimen iraní de reconstruir lo perdido, mantienen abiertas todas las posibilidades. Dicho de otra forma, la Operación Martillo ha sido, sin género de duda, un hito operativo militar sin precedentes. Pero no marca el final de una amenaza, sino la apertura de una nueva fase: más inestable, calculada, y posiblemente más peligrosa.
Imagen | USAF. MAXAR
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