Es hora de dejar de discutir sobre el cambio de hora: incluso los mejores estudios tienen enormes problemas y solo alimentan nuestras ideas preconcebidas
Publicado el 16/09/2025 por Diario Tecnología Artículo original
Casi todos los años desde hace casi 20, alguien ha llevado al Congreso de los Estados Unidos la idea de acabar con el cambio de hora. En Europa, hemos pasado horas y horas enzarzados en la discusión de qué hacer con él. Muchos países, de hecho, lo han mandado al cajón de la historia (otros, en cambio, han vuelto a recuperarlo). No deja de sorprenderme que una cosa tan sencilla pueda desatar pasiones tan grandes.
Pasiones y, sobre todo, razones. Porque hay centenares de investigadores tratando de entender qué política horaria es mejor. Por eso volvemos a hablar de ello: porque Internet se ha llenado de titulares que aseguran que "un estudio revela que el cambio de hora contribuye a miles de infartos cerebrales".
¿Es cierto? ¿Qué sabemos realmente sobre el tema?
¿Cómo puede afectar el cambio horario a nuestra salud? El cuerpo tiene un reloj interno de (aproximadamente) 24 horas que ayuda a regular nuestro funcionamiento físico y mental. Y no, no es una forma de hablar: como está a cargo de innumerables procesos fisiológicos, de ese reloj depende la hora a la que comemos, a la que dormimos, incluso determina cuándo vamos al baño. Ignorar su tictac permanente puede provocar malestar o, incluso, llegado un determinado momento, enfermedades graves. Es lo que llamamos ritmo circadiano.
Con esto en mente, durante este siglo, los científicos han sospechado que el cambio horario debía tener algún impacto en esos ritmos y, a más a más, en la salud. El problema es que una cosa es intuir ese impacto y otra distinta es poder demostrarlo.
¿Y qué ha hecho este último estudio? Los investigadores de Stanford Medicine han comparado cómo afectaban a los ritmos circadianos y a la salud en general tres políticas horarias diferentes (el horario de invierno, el de verano y el horario con cambio bianual).
Para ello, basándose en las horas locales de salida y puesta del sol, analizaron la exposición real a la luz bajo cada política horaria, el impactos circadianos y las características sociosanitarias de cada condado norteamericano. No es algo fácil y tiene un alto componente estadístico (y, en algunos segmentos, especulativo), pero es un ejercicio interesante
¿Qué han descubierto? En términos generales, el equipo encontró que "mantener el horario estándar o el horario de verano es definitivamente mejor que cambiar dos veces al año". Según sus datos, el horario de invierno "evitaría unos 300.000 casos de ictus al año y reduciría la obesidad en 2,6 millones de personas". El horario de verano, por su parte, "permanente lograría aproximadamente dos tercios del mismo efecto".
¿Y esto por qué ocurriría? "Cuando hay luz por la mañana, se acelera el ciclo circadiano. Cuando hay luz por la tarde, se ralentiza [...]. Generalmente se necesita más luz matutina y menos luz vespertina para mantener una buena sincronización con un día de 24 horas", explicaba Jamie Zeitzer, profesor de psiquiatría y ciencias del comportamiento de la Universidad de Standford.
"Cuanta más exposición a la luz se recibe en momentos inadecuados, más débil es el reloj circadiano. Todos estos factores que influyen en el ciclo vital —por ejemplo, el sistema inmunitario y la energía— no se sincronizan tan bien", continuaba. La pregunta que debemos hacernos, según estos investigadores, es qué política horaria ayuda a ajustar mejor los ritmos circadianos.
Y la respuesta, al menos para el conjunto de EEUU, es que la mayoría de personas soportaría un menor desajuste circadiano con el horario de invierno.
¿Eso significa que el horario de invierno es mejor? En realidad, no. Es posible que se trate del estudio más completo hasta la fecha, pero (como reconocen los propios investigadores) hay muchos factores que los investigadores no tuvieron en cuenta y eso, por sí solo, puede reducir la ganancia de forma muy sustantiva.
Pero es que incluso dando por buena la metodología y aceptando que los ciudadanos se comportan como los investigadores suponen, tendríamos que reproducir el análisis en España (o nuestros países de referencia) para saber cuál sería el resultado final. Al fin y al cabo, los países que cambian la hora son una minoría y tiene sentido pensar que hay escenarios en los que el cambio horario podría ayudar a reducir ese desajuste circadiano.
Uno de los problemas de países tan grandes como EEUU (o de realidades tan diversas como la UE) es que tomar decisiones conjuntas es difícil.
¿Y entonces? Me temo que estamos un poco mejor que antes, pero casi en el mismo sitio: seguimos sin tener remotamente claro si es bueno o malo, y que cada vez le atribuimos más y más cosas.
Imagen | Sonja Langford | NCI
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