En 1974 Volkswagen compró un rancho en la selva de Brasil. Fue la historia más oscura que arrastra la compañía
Publicado el 25/07/2025 por Diario Tecnología Artículo original
Durante los años más oscuros de la dictadura militar brasileña, cuando el régimen impulsaba a toda costa la colonización de la Amazonía bajo la bandera del desarrollo, una de las mayores multinacionales del planeta expandía su imperio automovilístico en América Latina. Al mismo tiempo, dirigía un ambicioso proyecto ganadero en lo profundo de la selva.
Esa multinacional era Volkswagen, y en 2019 un sacerdote reveló una tragedia.
Despertar de una memoria olvidada. La historia la contaba esta semana el Washington Post en un extenso reportaje. Cuando en el año 2019 el sacerdote y académico Ricardo Rezende Figueira leyó que Volkswagen Brasil estaba dispuesto a reconocer y reparar su complicidad con la dictadura militar brasileña por la persecución política de trabajadores en fábricas, sintió que faltaba algo.
No había mención al Vale do Rio Cristalino, la inmensa hacienda ganadera de la empresa en plena selva amazónica. Aquel terreno de más de 140.000 hectáreas, donde cientos de trabajadores fueron reclutados bajo engaño, aislados, endeudados, maltratados, torturados y obligados a trabajar en condiciones degradantes durante más de una década, parecía haber sido borrado de la historia.
Hay pruebas. Pero Rezende, quien en los años 80 documentó aquellos abusos como parte de su labor con la Comisión Pastoral de la Tierra, aún conservaba las pruebas: más de mil páginas de testimonios, declaraciones notariales, informes policiales y recortes de prensa acumulados en su archivo personal.
Tras leer la noticia, el cura telefoneó al fiscal Rafael Garcia, especialista en casos de trabajo esclavo en el Ministerio de Trabajo. Aquella llamada resucitaría uno de los capítulos más oscuros del avance corporativo en la Amazonía.
Una selva convertida en infierno. Los documentos que Rezende entregó a las autoridades ofrecían una radiografía devastadora. Entre 1974 y 1986, en plena dictadura militar, Volkswagen Brasil (entonces la mayor automotriz de América Latina) impulsó un proyecto ganadero titánico con el apoyo del régimen: desmontar la selva en Pará para criar 100.000 reses, como parte de un ideal corporativo de que el mundo no solo necesitaba autos, sino también carne.
Para ello contrató a una subsidiaria, Vale do Rio Cristalino S.A., cuyos dirigentes incluían al propio presidente de Volkswagen Brasil, Wolfgang Sauer. La empresa recurrió a los tristemente célebres gatos (reclutadores informales) quienes prometían buenos salarios a campesinos pobres, les adelantaban dinero y los trasladaban en camiones al corazón de la selva.

Una cárcel. Una vez allí, los trabajadores eran encerrados en campamentos remotos, obligados a trabajar bajo amenaza de armas, sin atención médica, bebiendo agua contaminada, expuestos a la malaria, viviendo bajo plásticos y endeudados por alimentos y medicamentos.
No solo eso. Sus movimientos eran constantemente vigilados por inspectores armados. Así, intentar escapar era enfrentarse al castigo, la desaparición o la muerte.
El expediente que desafió el olvido. Durante años, Rezende recolectó testimonios de hombres que escaparon de aquel infierno. Los registros hablaban de palizas, dientes rotos, hombres atados y abandonados desnudos en la selva, cuerpos arrojados en cavernas, incluso trabajadores quemados vivos.
Un joven, Valdeci Alves Fumeiro, relató haber pasado siete años atrapado en la hacienda, cosido sin anestesia tras una caída y obligado a seguir trabajando.

Silencio. Pero a pesar de múltiples denuncias, de informes de inteligencia y declaraciones oficiales que reconocían la existencia de trabajo esclavo en el predio, nunca se presentó un solo cargo penal.
Recordaba el Post que la estructura de complicidad entre empresas, Estado y fuerza represiva garantizó la impunidad durante décadas. Rezende, sin embargo, persistió en su convicción: el expediente debía sobrevivir al tiempo, porque un día volvería a la luz. Y así fue. El fiscal Garcia, al revisar los documentos, reconoció en ellos la base para una acción judicial sin precedentes.
Una verdad reconstruida. La fiscalía inició una búsqueda nacional para localizar a los trabajadores mencionados por Rezende. El esfuerzo recayó en el joven investigador Matheus Faustino, quien recorrió comunidades remotas durante meses hasta encontrar a 14 de los 69 identificados. Algunos, como Francisco Rezende de Souza, habían quedado devastados por la experiencia: alcoholismo, aislamiento, incapacidad para reintegrarse a la vida.
Otros, como los hermanos Batista de Souza, fueron separados y vendidos por los gatos incluso después de que Volkswagen abandonara el proyecto. Uno de ellos, Juldemar, quedó mudo de por vida.
Testimonios. Cuando en 2023 comenzó el juicio en un tribunal laboral federal en Redenção, varios de estos hombres testificaron por primera vez. “Nos vendieron”, decía uno. “Dormíamos bajo plásticos”, comentaba otro. “Todos estaban armados, teníamos que trabajar”. Rezende también subió al estrado. Recordó las denuncias desde 1977, la complicidad de Volkswagen por omisión, y la inacción sistemática del Estado.
Qué dice la empresa. Por su parte, Volkswagen Brasil ha negado rotundamente las acusaciones. Alega que su rol fue meramente el de accionista de una empresa que subcontrató a otras, y que en su momento no detectó irregularidades. En sus escritos judiciales, sostiene que es el gobierno quien debe responsabilizar a los reclutadores y no a la compañía.
Pero los fiscales sostienen que la subsidiaria de Volkswagen era parte integral de la empresa matriz, y que los abusos eran sistemáticos y conocidos. Documentos internos muestran que Volkswagen organizó incluso visitas para desmentir las denuncias, mientras evitaba permitir inspecciones en los campamentos. Según el Post, la afirmación más cínica vino del director suizo del rancho, Friedrich Brügger, quien en una entrevista en 2017 culpó a los trabajadores de su deuda y justificó la violencia de los gatos como necesaria para mantener el orden: “El brasileño es una mala persona”, declaró.
La empresa en Alemania ha guardado silencio.
Lucha por la memoria. Hoy, el caso judicial, que exige una indemnización de 30 millones de dólares, marca la primera vez que el Estado brasileño intenta responsabilizar legalmente a una multinacional por esclavitud moderna en la Amazonía. Pero para Rezende, que supera los 70 años y coordina una cátedra de derechos humanos en Río de Janeiro, no se trata solo de justicia retributiva. Es una batalla contra el olvido.
Subrayaba en el diario que cada carpeta en su oficina narra una historia de explotación, y casi ninguna ha tenido consecuencias legales. El caso Volkswagen es apenas un inicio. El sacerdote sabe que las más de mil páginas que conserva están incompletas. Sólo contienen los relatos de quienes lograron huir, y de los pocos que se atrevieron a hablar. ¿Qué pasó con los hombres que jamás regresaron?
Rezende zanja la historia con un sueño: volver un día a los cerros de Santana do Araguaia para terminar lo que empezó.
Imagen | Rafaelsantiagomachado, MPT, Veja
utm_campaign=25_Jul_2025"> Miguel Jorge .