EEUU y Rusia han empezado a retarse de forma absurda. Así que Moscú ha recordado que guarda el botón más delirante: Perimetr
Publicado el 04/08/2025 por Diario Tecnología Artículo original
La escalada verbal entre Washington y Moscú se intensificó tras las declaraciones de Dmitri Medvédev, expresidente ruso y actual vicepresidente del Consejo de Seguridad, al reaccionar con dureza al ultimátum lanzado por Estados Unidos: detener la ofensiva en Ucrania en un plazo de diez días o afrontar nuevas sanciones. Medvédev calificó la amenaza como “un paso hacia la guerra”, y acto seguido recordó un sistema de la Guerra Fría.
El detonante diplomático. Sí, porque el dirigente respondió con alusiones al sistema nuclear automático ruso conocido como Dead Hand, diseñado para garantizar represalias aun si el liderazgo del Kremlin fuese eliminado. Lejos de suavizar el tono, Trump replicó que el ruso debía “vigilar sus palabras”, advirtiendo que se adentraba en “un territorio muy peligroso”.
Fue en este contexto cuando el presidente estadounidense ordenó el reposicionamiento de dos submarinos nucleares en “regiones apropiadas”, un gesto inusualmente público que buscaba transmitir firmeza frente a lo que describió como comentarios “incendiarios”.
El trasfondo nuclear. El anuncio revistió una carga simbólica importante, pues los movimientos de submarinos balísticos estadounidenses rara vez se hacen públicos. Analistas como James Acton, del Carnegie Endowment, recordaron que la disuasión nuclear de Estados Unidos ya mantiene capacidad constante en el Atlántico y el Pacífico, lo que sugiere que el despliegue tiene más un carácter político que un cambio real en la postura militar.
La mención de Medvédev al Dead Hand subraya la creciente centralidad del discurso nuclear ruso desde el inicio de la invasión de Ucrania. Lejos de su imagen de líder reformista entre 2008 y 2012, Medvédev ha abrazado un tono incendiario en redes sociales, aludiendo repetidamente al arsenal atómico como carta de intimidación, lo que eleva la tensión en un momento de estancamiento militar y diplomático.
El origen de un arma apocalíptica. La idea de un dispositivo del juicio final, un mecanismo automático que garantiza una represalia nuclear aun cuando un país haya sido devastado y sus dirigentes eliminados, parecía durante décadas una fantasía de ciencia ficción. Sin embargo, la Unión Soviética lo materializó en 1985 bajo el nombre de Sistema Perimetr, más conocido en Occidente como Dead Hand.
El principio era simple en su lógica y aterrador en su consecuencia: aun si el enemigo lanzaba un primer ataque perfecto, aniquilando al mando político y militar de Moscú, un sistema autónomo aseguraría la respuesta nuclear, condenando igualmente al agresor. Dicho de otra forma, era la encarnación de la destrucción mutua asegurada, llevada a un nivel automático en el que ninguna decisión humana podía detener la secuencia una vez activada.

La motivación estratégica de Moscú. El desarrollo del sistema respondió a la creciente vulnerabilidad soviética en los años ochenta. La mejora en la precisión de los misiles estadounidenses lanzados desde submarinos redujo el tiempo de aviso de media hora a apenas tres minutos, lo que hacía imposible organizar un contraataque antes de la destrucción. En ese escenario, la disuasión clásica de la Guerra Fría quedaba amenazada, pues Washington podía considerar factible un primer golpe incapacitante.
Para restaurar el equilibrio, el Kremlin diseñó el Perimetr, que al ser activado en tiempos de tensión permanecería latente, evaluando con sensores sísmicos, radiológicos y de presión atmosférica si el territorio había sido atacado. Solo entonces, y tras verificar la pérdida de contacto con el Estado Mayor, el sistema otorgaba autoridad de lanzamiento a la tripulación enterrada en un búnker blindado, eliminando la necesidad de cadenas de mando intactas.
El mecanismo. El núcleo del sistema era un misil singular: el 15P011, no armado con una cabeza nuclear, sino con un transmisor de radio endurecido contra la radiación. Al despegar desde un silo protegido, este proyectil sobrevolaba el país emitiendo órdenes de lanzamiento a los silos de ICBM, a los submarinos estratégicos y a los bombarderos, sustituyendo a la infraestructura de comunicaciones que se presumía destruida.
Así se garantizaba una represalia masiva contra objetivos preprogramados. La cadena de decisiones se reducía a una secuencia de condicionales: si un ataque era detectado, si no había comunicación con el alto mando, y si pasado un tiempo prudencial no se restablecían las señales, entonces la venganza quedaba asegurada. Un solo operador, encerrado en su puesto subterráneo, podía desencadenar el arsenal completo de la Unión Soviética.
Entre el secreto y la paradoja. Paradójicamente, la utilidad real del Perimetr no residía tanto en amedrentar a Estados Unidos con su existencia, pues durante años se mantuvo en el más estricto secreto, revelado al mundo en 1993. Más bien funcionaba como un seguro psicológico para los propios líderes soviéticos.
Saber que el sistema respondería automáticamente les permitía no precipitarse ante señales ambiguas y ganar tiempo para analizar si un supuesto ataque no era, en realidad, un error de radar o una bandada de aves confundida con misiles. En lugar de acelerar la pulsación del botón nuclear, Dead Hand reducía el riesgo de un error catastrófico por reacción desmedida, proporcionando un extraño respiro en un clima marcado por el miedo permanente al Armagedón.
Vigencia. Aunque los detalles exactos permanecen clasificados, se cree que el Perimetr sigue operativo en la Rusia actual, modernizado tras la disolución de la URSS. Su sola existencia recuerda la delgada línea entre la estabilidad estratégica y la destrucción global: un dispositivo que, en teoría, convierte la guerra nuclear en un sinsentido absoluto, pero que al mismo tiempo encierra el poder de borrar la civilización sin intervención humana.
Lo insólito es que, lejos de ser el monstruo irracional de Dr. Strangelove, Dead Hand tal vez haya sido el invento más racional en la lógica del equilibrio del terror: un mecanismo creado para calmar a quienes podían destruir el mundo con una orden impulsiva. En esa paradoja inquietante se sostiene su legado: el único artefacto real de destrucción asegurada que, al garantizar la represalia, redujo la tentación del error y, de algún modo, hizo más habitable el vértigo nuclear de la Guerra Fría.
Hoy, el episodio entre Trump y Medvédev subraya una vez más la fragilidad del equilibrio nuclear entre ambas potencias: por un lado, la disuasión tácita de Estados Unidos, cuya fuerza submarina permanece siempre lista sin necesidad de anuncios. Por otro, el recurso constante del Kremlin a la retórica atómica como instrumento de presión psicológica.
Imagen | włodi
utm_campaign=04_Aug_2025"> Miguel Jorge .