China no intervino en la guerra para proteger el petróleo iraní. Porque su plan es más largo que el conflicto

Publicado el 26/06/2025 por Diario Tecnología
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China no intervino en la guerra para proteger el petróleo iraní. Porque su plan es más largo que el conflicto

Durante años, la relación entre China e Irán ha estado apuntalada por un flujo constante de petróleo. Sin embargo, el reciente conflicto entre Irán e Israel provocó que Pekín ordenara a sus barcos a dar media vuelta en el Estrecho de Ormuz. Un gesto, aparentemente técnico, reveló algo más profundo: los límites de la diplomacia energética china.

De socio a espectador. La reciente escalada entre Irán e Israel, que incluyó ataques directos y represalias cruzadas, puso a prueba el vínculo entre China y la República Islámica. Aunque se declaró una tregua promovida por Washington, estas semanas la mirada estaba puesta en esta parte del planeta. En ese contexto, la comunidad internacional miró hacia Pekín, esperando un gesto claro de respaldo o al menos de mediación.

Pero China optó por una postura prudente: condenas verbales, llamados al diálogo, declaraciones de rutina en la ONU, según APNews. Nada de apoyo militar, ni asistencia técnica, ni involucramiento real. Y eso llamó la atención, especialmente por lo que está en juego: entre el 80% y 90% del petróleo que Irán exporta termina en refinerías chinas, lo que representa aproximadamente 1,2 millones de barriles diarios, según France 24. Aun así, Pekín eligió el silencio diplomático antes que el conflicto.

China no es Estados Unidos. Y tampoco pretende serlo. Mientras Estados Unidos mantiene una red de bases militares, flotas navales y alianzas estratégicas en Medio Oriente, China no tiene presencia comparable. Su única base regional está en Yibuti, y sus intentos de expandirse a Omán o los Emiratos Árabes han sido frenados, en parte, por la presión de Washington.

Como ha explicado The Interpreter, China ha optado por una política de no intervención. Su diplomacia en la región es pragmática, transaccional, guiada por intereses comerciales más que por afinidades ideológicas. “La huella de China en el Golfo es comercial, no está lista para el combate”, ha señalado Craig Singleton, de la Fundación para la Defensa de las Democracias. Por su parte, William Figueroa, experto en China-Irán de la Universidad de Groningen, ha sido contundente en The Washington Post: “China no tiene capacidad para influir militarmente en este conflicto. Y tampoco se beneficia de una guerra más amplia”.

Aunque es una cuestión de pragmatismo. Desde Pekín, Zhu Feng, decano de Relaciones Internacionales en la Universidad de Nanjing, ha remarcado en AP News que la volatilidad en Medio Oriente “afecta directamente la seguridad económica de China”. Sin embargo, eso no significa que va a estar ausente. Su mayor carta diplomática en la región fue el acuerdo de 2023 entre Irán y Arabia Saudita, negociado en Pekín. Aunque fue leído como un triunfo geopolítico chino, The Interpreter ha matizado: "La distensión ya se venía gestando con ayuda de Kuwait, Irak y Omán. China simplemente le dio el broche final".

Esa presencia discreta en el terreno diplomático contrasta con su constancia en otro frente clave: el energético. China ha seguido comprando crudo iraní a precios reducidos, aprovechando el aislamiento de Teherán por las sanciones estadounidenses. Como ha reportado en sus redes el periodista, Bachar el Halabi tras los recientes bombardeos estadounidenses contra instalaciones nucleares iraníes, las exportaciones de petróleo a China no se detuvieron, y de hecho, alcanzaron niveles récord. Sin embargo, la relación es frágil. En 2020, el expresidente iraní Mahmud Ahmadineyad criticó el acuerdo de cooperación de 25 años entre ambos países por considerarlo opaco y sospechoso. Rumores sobre supuestas bases militares chinas en Irán circularon en la prensa local, alimentando la desconfianza.

Cuando existe una dependencia. Esta semana, Reuters ha revelado que Washington ha autorizado que cargamentos de etano —un derivado del gas natural clave para la industria petroquímica— sean cargados en puertos estadounidenses con destino a China, siempre y cuando no terminen en territorio iraní. La operación, según la carta difundida por la Oficina de Industria y Seguridad del Departamento de Comercio, se aprueba bajo la condición de que el producto no se descargue o redirija hacia Irán.

Puede parecer un tecnicismo burocrático, pero en realidad dice mucho más. Este tipo de movimientos expone cómo Estados Unidos sigue fijando las reglas del juego energético global, incluso cuando se trata de intercambios entre sus dos principales rivales estratégicos. Para China, el mensaje es claro: su comercio energético con Irán sigue estando bajo vigilancia. Y para Irán, la advertencia es aún más evidente: cualquier intento de eludir el aislamiento económico, incluso indirectamente, puede ser bloqueado desde lejos.

La retórica del dragón. Pekín quiere ser árbitro global, pero está comportándose como espectador. Un ejemplo reciente es la cumbre de Defensa de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), celebrada en Qingdao, donde el ministro chino Dong Jun habló de un mundo en "caos e inestabilidad", según Deutsche Welle. A la reunión asistieron sus homólogos de Rusia, Irán, Pakistán y Bielorrusia. China proyectó poder simbólico, pero no ofreció soluciones concretas.

De hecho, incluso cuando Irán amenazó con cerrar el Estrecho de Ormuz —por donde transita el 20% del crudo mundial, vital para China— Pekín solo elevó el tono diplomático, sin mayores consecuencias. Y es que, como explican múltiples analistas, China tiene poco apetito por el riesgo. Aún no está dispuesta a "arriesgar el cuello" en conflictos ajenos. Como ha concluido Craig Singleton en AP News, “cuando vuelan misiles, la tan promocionada ‘asociación estratégica’ de China con Irán se reduce a comunicados. Pekín quiere petróleo iraní con descuento y titulares como pacificador, pero deja que Washington cargue con los riesgos del poder duro”.

Una paciencia estratégica. China sigue siendo un actor clave del orden económico global, pero su diplomacia energética no obedece a la improvisación ni a la timidez. Al contrario, su cautela en Medio Oriente puede ser síntoma de una estrategia más profunda: observar, resistir la presión externa y preparar el terreno antes de intervenir en serio.

Pekín no se deja arrastrar por la lógica del poder inmediato. Sabe que en regiones tan volátiles como Medio Oriente, el costo de actuar demasiado pronto puede ser mayor que el de esperar. Su silencio, lejos de ser ausencia, puede ser parte de una jugada más larga. Porque el petróleo une, sí, pero también marca el ritmo de una potencia que no tiene prisa, pero sí un rumbo. Y en Ormuz, esos pasos lentos también hacen ruido.

Imagen | Partido Comunista Chino y Unsplash

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