Ucrania ha encontrado en la Segunda Guerra Mundial el antídoto a los drones kamikaze rusos: una ilusión óptica de 500 euros

Publicado el 12/09/2025 por Diario Tecnología
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Ucrania ha encontrado en la Segunda Guerra Mundial el antídoto a los drones kamikaze rusos: una ilusión óptica de 500 euros

Durante la Segunda Guerra Mundial un batallón se convirtió en “inmortal” para los libros de historia. No eran soldados, sino artistas que se dedicaron a crear para la campaña bélica de los Aliados. Desde la creación de grabaciones de sonidos militares hasta la construcción de tanques, aviones y camiones. Con una salvedad: eran inflables para confundir a los nazis.

Ahora Ucrania ha recordado aquella historia. 

La guerra de los señuelos. Sí, en el frente ucraniano, lo que parece un campo de batalla cargado de artillería, drones y vehículos blindados puede esconder un elaborado escenario de engaños. Al menos desde 2023 se han ido multiplicado las pruebas de cómo los dos bandos utilizan tanques de madera, cañones de contrachapado, soldados falsos e incluso drones inflables para obligar al enemigo a malgastar municiones costosas. 

Un ejemplo célebre fue el de un dron ruso que difundió imágenes de la destrucción de un supuesto tanque ucraniano, seguido de un vídeo de un soldado riendo junto a los restos de su “carro de madera”. Esta mezcla de artesanía y tecnología forma parte de una estrategia que busca equilibrar fuerzas en un conflicto en el que cada misil y cada dron tienen un valor estratégico enorme.

La artillería de cartón. Entre los señuelos más populares se encuentran las réplicas de los obuses M777 de fabricación británica, fundamentales en la artillería ucraniana. Grupos de voluntarios, como Na Chasi o Reaktyvna Poshta, fabrican modelos plegables de madera que cuestan entre 500 y 600 dólares y pueden montarse en tres minutos por dos personas sin necesidad de herramientas. 

Frente a ellos, Rusia lanza sus drones kamikaze Lancet valorados en unos 35.000 dólares cada uno, lo que convierte a los señuelos en una inversión mínima que logra multiplicar el desgaste enemigo. Algunos de estos falsos obuses, como uno apodado Tolya, llevan más de un año en el frente, resistiendo ataques repetidos y siendo reparados una y otra vez con cinta adhesiva y tornillos.

D Los obuses de imitación M777 son especialmente populares entre las tropas ucranianas

El arte del engaño. La efectividad de un señuelo depende tanto de su fabricación como de su contexto. No basta con imitar la silueta de un arma: es necesario recrear el entorno con huellas de ruedas, cajas de munición e incluso letrinas para dar credibilidad. 

Esta atención al detalle ha logrado confundir incluso a mandos militares ucranianos de visita. Además, se emplea una táctica que consiste en retirar rápidamente los morteros reales tras un disparo y sustituirlos por copias, lo que obliga a Rusia a desperdiciar recursos en blancos inexistentes.

D Los señuelos inflables, como esta imitación ucraniana del obús Acacia, son ligeros, rápidos y sencillos de instalar, pero se pueden destruir fácilmente

La estrategia rusa. Rusia, por su parte, utiliza con la misma intensidad técnicas de camuflaje y engaño. Según la fuerza aérea ucraniana, hasta la mitad de los drones en recientes ataques son imitaciones baratas que buscan saturar las defensas antiaéreas y obligar a disparar misiles costosos contra blancos sin valor. 

Empresas como Rusbal fabrican versiones 2D visibles desde satélite, señuelos que emiten calor similar al de un motor o que simulan el tráfico de radio militar. Incluso han llegado a producir maniquíes vestidos con uniforme y calentadores internos para engañar a las cámaras térmicas ucranianas, lo que demuestra la amplitud del recurso.

El precedente histórico. Aunque la sofisticación tecnológica de hoy hace que estos señuelos parezcan innovadores, en realidad forman parte de una larga tradición. En la Antigüedad, ejércitos como el de Aníbal creaban campamentos falsos para confundir a los romanos. 

Durante la Primera Guerra Mundial, se construyeron tanques y aviones de madera para engañar a la observación aérea. En la Segunda Guerra Mundial, el célebre Ejército Fantasma de los Aliados desplegó tanques inflables y aviones ficticios en el sur de Inglaterra para ocultar los preparativos del desembarco de Normandía. El objetivo siempre fue el mismo: hacer que el enemigo disparase contra sombras y gastar sus fuerzas contra nada.

La economía de guerra. En la guerra de Ucrania, donde los arsenales occidentales de misiles antiaéreos son limitados y cada unidad enviada desde Estados Unidos o Europa tiene un coste político y económico, los señuelos se convierten en multiplicadores de eficiencia. Hacer que Rusia desperdicie un dron Lancet contra una maqueta de 500 no solo tiene un valor táctico, sino también económico, pues cada intercambio desfavorable erosiona los recursos del agresor. 

Del mismo modo, los drones baratos que Rusia lanza como falsos Shahed obligan a Ucrania a decidir si gasta en interceptores costosos o arriesga la penetración de un ataque real. La guerra de señuelos es, en esencia, un combate de presupuestos: quién logra que el adversario consuma más recursos de los que puede reponer.

El futuro con señuelos. En resumen, el conflicto en Ucrania, aun siendo tecnológicamente un campo de innovación militar, ha convertido algo tan “clásico” como los señuelos y las ilusiones ópticas en una herramienta estratégica de primer orden. 

No solo permiten ahorrar recursos frente a un enemigo con gran capacidad de fuego, sino que abren un espacio donde la innovación civil (grupos de voluntarios, talleres improvisados) se integra en la defensa nacional. Tanto en tierra como en el aire, la guerra de imitación demuestra que, más allá de la sofisticación de las armas modernas, la imaginación sigue siendo un arma tan poderosa como cualquier misil.

Imagen | Na Chasi, Apate, Back and Alive

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