Ucrania lleva a juicio a Intel y AMD por mirar hacia otro lado: "Sin sus chips, los drones de Rusia no existirían"

La guerra en Ucrania, un conflicto que ha redefinido las dinámicas geopolíticas y la estrategia militar moderna, ha tomado un nuevo y significativo giro en el ámbito legal y corporativo. Más allá de los frentes de batalla, la confrontación se extiende ahora a los tribunales internacionales, con Ucrania presentando una demanda impactante contra gigantes tecnológicos de la talla de Intel y AMD. La acusación es contundente y moralmente compleja: estas empresas, productoras de los chips que impulsan la tecnología global, habrían "mirado hacia otro lado" mientras sus componentes esenciales, directa o indirectamente, terminaban en las manos del agresor, alimentando la maquinaria bélica rusa, especialmente sus drones. La frase "Sin sus chips, los drones de Rusia no existirían" encapsula la gravedad de la imputación y subraya el papel crítico que la tecnología juega en el conflicto actual.

Este litigio no es solo una batalla legal; es un poderoso llamado de atención sobre la responsabilidad corporativa en tiempos de guerra, la complejidad de las cadenas de suministro globales y los desafíos inherentes al control de la tecnología de doble uso. La demanda, reportada por diversas agencias de noticias y medios especializados, pone en el centro del debate la ética de las grandes corporaciones y su capacidad para asegurar que sus productos no sean utilizados para fines que contravienen los derechos humanos y el derecho internacional. ¿Hasta qué punto son responsables los fabricantes de componentes por el uso final que se les da a sus productos, especialmente cuando estos productos son tan ubicuos y fundamentales en la era digital? Es una pregunta que resuena con fuerza en este contexto.

El epicentro de la acusación: chips en drones rusos

Ucrania lleva a juicio a Intel y AMD por mirar hacia otro lado:

La esencia de la demanda interpuesta por Ucrania, a través de su Fondo de Propiedad Estatal (SPF), radica en la acusación de que chips fabricados por Intel y AMD han sido detectados en drones y armamento ruso utilizado en la invasión. Esta no es una afirmación trivial; los drones, desde los modelos de reconocimiento hasta los letales drones suicidas, se han convertido en una pieza central de la estrategia militar rusa, permitiendo ataques de precisión, vigilancia y una capacidad destructiva sin precedentes en este conflicto. La ausencia de estos componentes microelectrónicos modernos, según la postura ucraniana, paralizaría significativamente la capacidad de Rusia para fabricar y operar estos sistemas armados.

Es crucial entender que la tecnología de microchips es la base de casi todo sistema electrónico avanzado hoy en día. Desde nuestros teléfonos inteligentes hasta complejos sistemas de misiles, los semiconductores son el cerebro que procesa la información y ejecuta las operaciones. En el caso de los drones, estos chips controlan la navegación, la comunicación, los sistemas de puntería y la gestión de la carga útil. Sin ellos, un dron moderno sería una carcasa inútil. La demanda alega que, a pesar de las sanciones internacionales impuestas a Rusia y las promesas de las propias empresas de cesar sus operaciones en el país, estos chips han encontrado la manera de llegar al mercado ruso a través de intrincadas cadenas de suministro y reexportaciones, a menudo involucrando a terceros países.

La evidencia presentada por Ucrania se basa en análisis forenses de drones rusos derribados y equipo militar capturado, donde se habrían identificado componentes de fabricantes occidentales. Estas investigaciones han sido documentadas por varias organizaciones y medios, revelando un patrón preocupante. Según informes recientes, la demanda busca no solo compensación económica, sino también establecer un precedente legal que fuerce a las corporaciones a asumir una responsabilidad más proactiva en el control del destino final de sus productos. En mi opinión, este es un paso audaz por parte de Ucrania, que busca trasladar la batalla a un terreno donde el poder económico y la influencia corporativa de Occidente también puedan ser un factor decisivo.

La complejidad de las cadenas de suministro globales

Uno de los argumentos centrales que Intel y AMD, u otras empresas en situaciones similares, podrían esgrimir es la inmensa complejidad y el carácter global de sus cadenas de suministro. Los semiconductores son fabricados en distintas fases, a menudo en diferentes países, y luego ensamblados en productos finales que se distribuyen por todo el mundo. Controlar el destino de cada chip individual una vez que sale de la fábrica y es vendido a un distribuidor o fabricante de equipos originales (OEM) es una tarea hercúlea.

Las empresas tecnológicas suelen vender sus componentes a un amplio ecosistema de clientes globales, que luego los integran en una miríada de productos. Estos productos, a su vez, pueden ser vendidos y revendidos a través de múltiples intermediarios antes de llegar al usuario final. Este laberinto de transacciones hace que el seguimiento sea extremadamente difícil, y es precisamente en estas grietas donde se sospecha que Rusia ha logrado adquirir la tecnología necesaria. A menudo, las piezas no son compradas directamente a los fabricantes, sino a través de intermediarios en países que no aplican estrictamente las sanciones, o mediante redes de contrabando sofisticadas.

Sin embargo, la demanda ucraniana sugiere que las empresas tienen la obligación moral y, quizás, legal de implementar mecanismos más robustos para garantizar que sus productos no se desvíen hacia estados sancionados o grupos que los usarán para cometer crímenes de guerra. Esto implica no solo cumplir con las leyes de control de exportaciones, sino también llevar a cabo una diligencia debida exhaustiva sobre sus socios comerciales y canales de distribución. Es un equilibrio delicado entre la viabilidad comercial y la responsabilidad ética en un mundo interconectado y conflictivo.

Sanciones y la "mirada hacia otro lado"

Tras la invasión a gran escala de Ucrania en febrero de 2022, un gran número de países occidentales impusieron sanciones económicas sin precedentes a Rusia, con el objetivo de paralizar su economía y su capacidad para financiar la guerra. Muchas empresas tecnológicas, incluidas Intel y AMD, anunciaron su salida del mercado ruso y la suspensión de sus envíos al país. Estos anuncios fueron bien recibidos como una muestra de solidaridad y un compromiso con los principios éticos.

La esencia de la acusación de "mirar hacia otro lado" no implica necesariamente una colaboración directa y activa con Rusia por parte de Intel o AMD. Más bien, sugiere una falta de control o una diligencia debida insuficiente que habría permitido que sus productos eludieran las sanciones. Ucrania argumenta que, a pesar de las declaraciones públicas y las restricciones impuestas, las empresas no han hecho lo suficiente para evitar que sus chips lleguen a Rusia a través de terceros países. Las sanciones están diseñadas para ser un impedimento total, y su eficacia depende no solo de las prohibiciones iniciales, sino también de la aplicación rigurosa y la prevención de elusiones.

Este escenario plantea preguntas fundamentales sobre la responsabilidad de los fabricantes de componentes cruciales. ¿Es suficiente con anunciar la suspensión de operaciones en un país sancionado, o se requiere un monitoreo activo y constante de toda la cadena de suministro para evitar que los productos terminen en manos prohibidas? Para Ucrania, la respuesta parece ser la segunda. La vida de sus ciudadanos y la integridad de su territorio dependen de ello. La magnitud de la ayuda militar a Ucrania, que incluye sistemas avanzados que también dependen de chips, contrasta con la aparente facilidad con la que Rusia ha logrado mantener el flujo de componentes para su propia maquinaria bélica.

Precedentes legales y el futuro de la responsabilidad corporativa

La demanda ucraniana contra Intel y AMD podría sentar un precedente significativo en el derecho internacional y la responsabilidad corporativa. Aunque ha habido casos anteriores de empresas sancionadas por violar controles de exportación, un litigio de esta naturaleza, impulsado por un estado soberano en guerra acusando a multinacionales de facilitar el esfuerzo bélico del agresor, es relativamente nuevo y complejo. No se trata de una multa por incumplimiento de sanciones, sino de una demanda por complicidad en un conflicto armado.

Uno de los desafíos legales será probar el nexo causal directo entre las acciones (o inacciones) de Intel y AMD y el uso de sus chips en drones rusos. La defensa de las empresas probablemente se centrará en la ausencia de intención, la universalidad de sus productos y la complejidad de las redes de suministro ilícitas. Sin embargo, la ley puede interpretar que la "mirada hacia otro lado" o la negligencia grave equivale a una forma de complicidad si se demuestra que las empresas tenían conocimiento o deberían haber tenido conocimiento del riesgo de desvío de sus productos hacia el esfuerzo bélico ruso.

Este caso podría impulsar un cambio fundamental en cómo las empresas tecnológicas abordan la diligencia debida y el cumplimiento. No solo se trata de cumplir con la letra de la ley, sino también con su espíritu, especialmente cuando las implicaciones son tan graves. Las políticas de responsabilidad corporativa y sostenibilidad, que a menudo se centran en el impacto ambiental y social de las operaciones, podrían necesitar expandirse para incluir una evaluación más rigurosa del uso final de los productos, especialmente aquellos con capacidades de doble uso. Lo mismo aplica para empresas como AMD, que tienen sus propias declaraciones de responsabilidad, que podrían ser examinadas bajo una nueva luz.

Los chips de doble uso y la guerra moderna

El término "doble uso" es fundamental en este debate. Se refiere a bienes, software y tecnología que pueden utilizarse tanto para fines civiles como militares. Un microchip de propósito general, como los que fabrican Intel y AMD, es el epítome de la tecnología de doble uso. Un procesador potente diseñado para un ordenador personal puede, con las modificaciones adecuadas, ser el cerebro de un sistema de guía de misiles o de un dron de ataque.

La omnipresencia de esta tecnología hace que sea increíblemente difícil de controlar. A diferencia de las armas especializadas, que tienen restricciones de exportación muy claras, los chips pueden estar presentes en innumerables productos comerciales. Esto crea un dilema para los fabricantes: ¿cómo se puede controlar el uso de un componente que es fundamental para la vida moderna en casi todos los aspectos, y que, por su naturaleza, no está diseñado explícitamente para la guerra?

La respuesta, aunque compleja, podría residir en una mayor colaboración entre gobiernos, fabricantes y distribuidores para rastrear y asegurar que los componentes críticos no lleguen a manos indeseables. Esto podría incluir sistemas de verificación de clientes más robustos, auditorías más frecuentes de los canales de distribución y una mayor cooperación en inteligencia para identificar y desmantelar las redes de adquisición ilícita. La inversión en defensa y tecnología militar a nivel global está en auge, y con ella, la demanda de estos componentes de doble uso.

Desde mi perspectiva, este caso contra Intel y AMD no es solo sobre compensaciones financieras, sino sobre la redefinición de lo que significa ser una empresa "responsable" en el siglo XXI. Ya no basta con declarar buenas intenciones; la magnitud de los conflictos modernos exige una vigilancia y una proactividad sin precedentes por parte de aquellos que producen la tecnología que los alimenta. La era de la ignorancia deliberada, si alguna vez existió, debe terminar. La guerra en Ucrania ha desvelado que la responsabilidad de una corporación no se detiene en la fábrica, sino que se extiende a cada eslabón de la cadena, hasta el usuario final.

El resultado de este juicio, sea cual sea, resonará mucho más allá de los pasillos de los tribunales. Sentará un precedente sobre cómo los estados en conflicto pueden buscar justicia contra las empresas que, intencional o involuntionalmente, facilitan la agresión. También podría obligar a toda la industria tecnológica a reevaluar sus modelos de negocio y sus obligaciones éticas en un mundo cada vez más polarizado y en el que la tecnología es, más que nunca, un arma de doble filo.

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