No son imaginaciones tuyas, el asiento de los aviones es cada vez más incómodo. Empezó a encoger en 1978 y desde entonces no ha parado
Publicado el 04/07/2025 por Diario Tecnología Artículo original
La escena es familiar para cualquier pasajero de un vuelo comercial en clase “turista”: mochila entre las piernas, rodillas encajadas contra el respaldo frontal y un intento fallido de alcanzar el suelo de la cabina sin golpear la frente. Lo que antes fue una experiencia de descubrimiento o lujo ha degenerado, para la mayoría, en una lucha incómoda por el espacio físico más elemental.
Ocurre que esta transformación no es fortuita, y comenzó en Estados Unidos.
El libre mercado. Antes de 1978, las aerolíneas en Estados Unidos funcionaban como servicios públicos regulados. Las tarifas, rutas y estándares básicos (incluidos el espacio entre asientos y el trato al cliente) eran supervisados por el gobierno federal. Los billetes eran más caros que hoy, pero incluían servicios como equipaje facturado, comida y asientos con dimensiones acordes al cuerpo humano medio.
¿El problema? Que el marco cambió de forma drástica con la Airline Deregulation Act, una legislación que abrió el sector a la competencia en nombre del libre mercado. La promesa era que las tarifas caerían y el servicio mejoraría. En la práctica, tras una breve explosión de nuevas compañías, el mercado se consolidó rápidamente hasta el oligopolio actual: cuatro aerolíneas (American, Delta, United y Southwest) controlan el 80 % del mercado estadounidense.
En ese nuevo entorno competitivo, la eficiencia operativa se impuso como prioridad absoluta, y la reducción del espacio por pasajero se convirtió en una de las herramientas más eficaces para aumentar los márgenes sin subir precios.
Mi asiento mengua. La evolución ha sido progresiva pero constante. En los años ochenta, las aerolíneas tradicionales ofrecían una media de 90 cm de espacio entre asientos (el llamado pitch), mientras que hoy apenas se alcanza un promedio de 80 cm en aerolíneas regulares, y tan solo 70 cm en compañías low-cost como Spirit o Wizz Air. Por cierto, el ancho del asiento también ha caído en torno a 5 cm.
Esta reducción ha llegado a un punto crítico: estudios señalan que más de la mitad de los pasajeros ya no caben cómodamente en los asientos estándar. El efecto es especialmente dramático para personas con sobrepeso, ancianos o quienes viajan con niños pequeños, grupos que además han sido excluidos de las pruebas oficiales de evacuación que la FAA ha utilizado para justificar la actual normativa.

La reducción en Europa. En Europa, el cambio “a peor” para los pasajeros, es decir, la pérdida progresiva de espacio, servicios y comodidad a bordo, comenzó un poco más tarde, en la década de 1990, aunque su detonante regulatorio se sitúa unos años antes, con la liberalización aérea europea que se desarrolló en tres fases entre 1987 y 1997.
El punto de inflexión más claro fue el llamado Tercer Paquete de Liberalización (1992-1997), que culminó en la creación del cielo único europeo, permitiendo que cualquier aerolínea de la UE operara libremente dentro del espacio comunitario sin restricciones de rutas ni tarifas. A partir de ahí, se desencadenaron varios efectos, principalmente: la entrada masiva de aerolíneas low-cost (Ryanair, EasyJet o Wozz), la estandarización a la baja y la desregulación indirecta (la UE mantuvo ciertos estándares, pero no impuso dimensiones mínimas de asiento).
Somos más grandes. Con el paso de los años el problema se ha agravado por una cuestión puramente “natural”. La reducción del espacio coincide con una transformación demográfica y, sobre todo, fisiológica y muy humana: nuestro cuerpo ha evolucionado "a más". Un dato: según el CDC, desde los años noventa el peso medio de los adultos estadounidenses ha aumentado en más de 7 kg. Las mujeres de hoy pesan lo mismo que los hombres de hace tres décadas, y aunque el crecimiento en altura se ha estabilizado, la envergadura corporal ha aumentado.
A pesar de ello, las dimensiones del mobiliario aéreo no solo no han crecido, sino que han menguado, desafiando la tendencia de otros sectores como el automovilístico o el del entretenimiento, donde los asientos se han adaptado al nuevo tamaño del público. En palabras del presidente de FlyersRights, Paul Hudson, las aerolíneas “han ido en la dirección opuesta al cuerpo humano”.
El negocio de hacinar. De fondo, la progresiva compresión del espacio responde a una lógica clara: vender más billetes por avión y segmentar al máximo la oferta. Los billetes básicos se anuncian con precios artificialmente bajos, pero una vez en el proceso de compra, los pasajeros se ven forzados a pagar suplementos por espacio adicional bajo etiquetas como “Economy Plus” o “Confort”.
Esto ha creado lo más parecido a un sistema de castas aéreas, donde una minoría de viajeros frecuentes o de negocios accede a condiciones aceptables, mientras el resto debe elegir entre soportar condiciones claustrofóbicas o pagar más por algo que antes era estándar. Según William McGee, experto en libertades económicas, esta lógica genera “una clase de tortura frente a una clase medianamente humana”. Esta dualidad no solo afecta al confort, sino que plantea interrogantes éticos sobre la equidad del servicio aéreo.

Riesgos sanitarios. El problema trasciende el ámbito del confort. La inmovilidad prolongada en espacios reducidos (especialmente en vuelos de larga duración) aumenta el riesgo de trombosis venosa profunda, una afección que puede derivar en embolias pulmonares potencialmente mortales. El CDC recomienda moverse cada dos o tres horas, pero esto resulta impracticable en vuelos con turbulencias o en cabinas sobreocupadas.
Además, el hacinamiento complica seriamente la posibilidad de evacuar un avión en 90 segundos, el límite que exige la FAA. Pruebas realizadas por la agencia concluyeron que el tamaño del asiento no influye significativamente, pero los expertos que observaron el experimento señalan múltiples deficiencias: se realizó en un aparcamiento, no en una aeronave real, y se excluyó a niños, mayores y personas con discapacidad. Además, el grupo de prueba estaba compuesto por apenas 60 personas, muy por debajo de la capacidad real de un vuelo comercial.
Cómo sobrevivir. Ante la inacción institucional, la responsabilidad recae, cómo no, en los pasajeros. Los expertos recomiendan (si el presupuesto lo permite) adquirir asientos con más espacio para vuelos largos. Algunos viajeros incluso adquieren dos asientos contiguos (aunque cuidado, porque las aerolíneas pueden reasignarlos sin previo aviso).
También se sugiere, ltra vez, levantarse y caminar cada vez que surja la oportunidad, y, en casos de riesgo elevado, tomar anticoagulantes ligeros bajo supervisión médica. Estas estrategias son meros paliativos en un sistema que ha priorizado la eficiencia económica sobre la salud y la dignidad del pasajero.
Un legado en expansión. Lo cierto es que, lejos de menguar, la práctica va a más. La reducción del tamaño de los asientos no es una anomalía puntual, sino una manifestación tangible del modelo económico implantado tras 1978. Un modelo que transformó al pasajero en cliente, al avión en producto y al vuelo en un mercado de rendimientos ajustados.
Los márgenes de beneficio se maximizan a costa del espacio vital. Y mientras la industria continúa defendiendo que la seguridad es su prioridad, los asientos se encogen, los compartimentos se saturan y el riesgo aumenta. Lo que comenzó como una promesa de libertad de elección ha derivado, en muchos casos, en una restricción física literal: menos espacio para moverse, para respirar, y, en definitiva, para volar.
utm_campaign=04_Jul_2025"> Miguel Jorge .