Europa ha comenzado algo que imaginó en la Segunda Guerra Mundial: un muro infranqueable con una sorpresa para invasores
Publicado el 01/09/2025 por Diario Tecnología Artículo original
La Línea Maginot fue una muralla monumental pero rígida iniciada por Francia, tanto, que fue esquivada en 1940 por la Wehrmacht a través de las Ardenas. Quizás por ello, la Europa de hoy asume que ninguna línea de defensa puede blindar totalmente sus fronteras, pero sí puede canalizar y retrasar una invasión, al tiempo que disuade a Moscú de emprenderla.
La diferencia crucial está en que esta vez no se trata solo de hormigón.
El regreso de un telón de hierro. Ochenta años después de que Churchill proclamara que un “telón de acero” había caído sobre Europa, la metáfora se invierte: ahora son los países occidentales los que levantan muros, zanjas y sistemas de defensa en sus fronteras orientales.
La erosión del marco de seguridad posterior a la Guerra Fría, la invasión rusa de Ucrania en 2022 y la percepción de que Moscú podría redirigir fuerzas hacia los países bálticos o Finlandia han desencadenado un vasto programa de fortificación que recuerda a los grandes proyectos defensivos del siglo XX, aunque con tecnologías del XXI.
El comienzo. Lo hemos venido contando. Desde la Laponia finlandesa hasta la provincia polaca de Lublin, Europa se prepara para tender un nuevo “telón de hierro”, pero esta vez no de ideología, sino de acero y explosivos. Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania y Polonia, guardianes de más de 3.400 kilómetros de frontera con Rusia y Bielorrusia, han decidido abandonar la Convención de Ottawa de 1997, lo que les permitirá desde finales de 2025 fabricar, almacenar y desplegar millones de minas antipersona y antitanque.
La medida, considerada impensable hace apenas dos décadas, responde a la convicción de que solo un obstáculo letal y disuasorio puede frenar una eventual ofensiva rusa en un momento de máxima tensión en el flanco oriental de la OTAN.

El fin de un consenso. La decisión supone un giro drástico frente a los esfuerzos internacionales que, desde la década de 1990, con figuras que van desde la princesa Diana hasta Tony Blair como impulsores, buscaron erradicar las minas terrestres por su carácter indiscriminado y su devastador efecto sobre civiles mucho después de los conflictos.
Aquel ideal humanitario, traducido en un tratado firmado por 164 países, se desvanece ahora ante la amenaza rusa, que nunca se sumó al acuerdo y hoy acumula más de 26 millones de minas, usadas masivamente en Ucrania. La percepción en Europa oriental es clara: prohibirlas fue un lujo de tiempos seguros; hoy, la supervivencia nacional exige recuperarlas.
El epicentro: Lituania. El caso más dramático es el de Lituania, que debe defender 720 kilómetros de frontera con Bielorrusia y el enclave ruso de Kaliningrado, incluyendo el estratégico corredor de Suwalki, único paso terrestre para refuerzos de la OTAN hacia los países bálticos.
Allí, en aldeas como Šadžiūnai, apenas habitadas por ancianos que recuerdan la devastación de la Segunda Guerra Mundial, los habitantes temen que sus bosques de pinos y abedules, ya cercados por alambradas y puestos fronterizos, se conviertan pronto en campos minados. El contraste entre la vida rural y la inminencia de un escenario bélico resume la crudeza de la decisión.

Defensa total y urgencia estratégica. Vilna planea gastar el 5,5% de su PIB en defensa (más del doble que el Reino Unido) y ya ha reservado 800 millones de euros para producir cientos de miles de minas de todo tipo. Estas se integrarán en una estrategia de “contramovilidad” que también incluye dientes de dragón, zanjas, drones armados y artillería de largo alcance.
Los dirigentes lituanos, como la ministra de Defensa Dovile Šakalienė y su predecesor Laurynas Kasčiūnas, argumentan que la historia demuestra que Rusia solo respeta la fuerza, y que la experiencia de Ucrania, que destruyó sus arsenales por el tratado y hoy sufre millones de minas rusas en su territorio, es una advertencia imposible de ignorar.
El cierre de la frontera más extensa. Con 1.340 kilómetros de frontera compartida, Finlandia aprobó la construcción en 2023 de una valla que cubrirá el 15% de su territorio limítrofe, con un coste de más de 400 millones de dólares y finalización prevista para 2026.
Aquí hay un matiz: no solo busca frenar hipotéticas incursiones rusas, sino también controlar el flujo de ciudadanos que huyen de la conscripción. Los nuevos muros y puestos, incluso en áreas árticas remotas, sustituyen a las antiguas cercas de madera que solo servían para contener ganado, y marcan un giro simbólico en una frontera antes relativamente permeable.
El esfuerzo balcánico. Ya lo contamos. Estonia fue pionera en 2015 tras la anexión rusa de Crimea, y desde 2024, los tres estados bálticos junto a Polonia avanzan en un plan conjunto de fortificación de 700 kilómetros, presupuestado en más de 2.000 millones de libras.
Las medidas incluyen zanjas antitanques, dientes de dragón de hormigón, pirámides y bloques de varias toneladas, carreteras bloqueadas, minas, puentes preparados para volar y árboles destinados a derrumbarse en caso de invasión. Además, se construyen más de 1.000 búnkeres y depósitos para munición y suministros, pequeños pero capaces de resistir fuego de artillería y alojar escuadras de hasta diez soldados. En paralelo, Polonia edifica una valla permanente contra Bielorrusia, considerada la principal aliada de Moscú.
Impacto humano y contradicciones. La paradoja es evidente: se busca proteger a las poblaciones de una agresión rusa al precio de introducir armas que históricamente han causado la mayoría de sus víctimas entre civiles, incluidos niños. En 2023, más de 2.000 personas murieron en el mundo por explosivos de este tipo, a menudo en países donde las guerras acabaron hace décadas.
Los gobiernos bálticos prometen que las minas permanecerán en depósitos y se activarán solo en caso de emergencia, con sistemas modernos que permiten armarlas y desarmarlas a distancia. Sin embargo, familias como la de Jurate Penkovskiene, que ya cava búnkeres en su jardín mientras escucha el estruendo de ejercicios de la OTAN, temen por la seguridad de sus hijos si sus bosques se convierten en zonas prohibidas.
La nueva frontera de Europa. Así las cosas, lo que está en juego no es solo un cambio militar, sino una transformación del paisaje y de la psicología colectiva en el este de Europa. Los bosques, lagos y pueblos fronterizos apuntan a ser parte de un sistema defensivo que recuerda tanto a la Línea Maginot como a la propia Guerra Fría, pero con la diferencia de que esta vez el telón de hierro será invisible bajo la tierra, pero letal y persistente.
Para los países que han sufrido la ocupación nazi y soviética y que hoy ven en Putin la resurrección del imperialismo ruso, la decisión se justifica como una cuestión de supervivencia nacional y de credibilidad de la OTAN. Lo que para otros fue símbolo de barbarie, para ellos se ha convertido en instrumento indispensable de disuasión.
Imagen | NeedPix
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