Siempre llevaba a mi perro con un AirTag. Hasta que se escapó en el campo y descubrí su verdadero funcionamiento
Publicado el 09/05/2025 por Diario Tecnología Artículo original
Mi corazón latía a mil por hora y la ansiedad se apoderaba de mis cinco sentidos y ni siquiera había una mínima puerta a la lógica. Quien tiene un perro sabrá de sobra lo que es perderlo. Es como un hijo. Yo llevaba un cuarto de hora buscando a Toby y no había rastro de él. Llevaba puesto un AirTag en el arnés, pero la app 'Buscar' del iPhone no me arrojaba respuestas. La tecnología fallaba en el peor momento. Hasta que comprendí lo que estaba pasando.
El AirTag no es un GPS. De hecho, Apple no recomienda usar un AirTag en mascotas, pero como ya había visto casos de éxito en los que se han llegado a localizar perros gracias a ellos, no me pareció mala idea colocarle uno al mío. Pero fue un error fiarlo todo a ello.
Primeros días: el AirTag va bien con Toby

Configurar un AirTag es de lo más sencillo, así que apenas habían pasado dos minutos desde que lo saqué de la caja cuando mi perro ya llevaba el AirTag en su arnés (con su respectivo llavero, claro, dado que el diseño del AirTag impide adherirlo sin un accesorio adicional).
Durante los primeros días estaba en la ciudad y llovía mucha, así que apenas dejé suelto a Toby como para comprobar la valía del AirTag. La primera prueba de fuego se produjo el fin de semana, cuando fui a casa de mis padres en la idílica sierra madrileña.
Rodeado de campo, es el lugar perfecto para que cualquier perro se desfogue correteando como si no hubiese un mañana. Toby también, por supuesto. Así que, sin decirme nada, mi padre salió con él por su cuenta y yo me asusté al no encontrarlo en ningún rincón de la casa.
Abrí la app 'Buscar' en mi iPhone y, dado que tengo a mi padre configurado en 'Familia', pude ver que su iPhone estaba en la misma localización que el AirTag que rastreaba a Toby. No tardé ni dos segundos en entender que se habían ido juntos y que todo estaba bien.
El problema vino después…
El momento en el que el miedo se hizo real
En la misma tarde en la que el AirTag me había calmado de un susto, me arrojó uno nuevo. Aprovechando la buena temperatura, fui yo quien se encargó del paseo vespertino con Toby. Me adentré en el campo en una zona en la que a priori no hay peligro alguno. Muchos senderos, muchas cuestas y muchos árboles. Así que solté a Toby y él, encantado de la vida, echó a correr, pero sin perderse nunca de mi vista.

Caminaba a un paso normal y Toby iba delante, manteniéndose siempre a cinco metros como mucho. Incluso tenía la gentileza de esperarme cuando se alejaba lo suficiente y, una vez yo alcanzaba su paso, volvía a correr. Y así fue el paseo durante los primeros quince minutos aproximadamente. Hasta que dejó de ser así…
En un despiste, que creo recordar que fue porque me entró una notificación en el móvil, dejé de mirar al frente. Cuando volví la vista, Toby no estaba. Unos metros hacia adelante, el camino se torcía en una curva cerrada que me impedía ver más allá, por lo que supuse que él se había adelantado lo suficiente como para que no me alcanzase la vista. Pero no. Pasé aquella curva y el camino, que ya en ese punto era todo recto, estaba completamente desierto.
Había varios árboles en los lados, así que supuse que Toby se había desviado para olisquear alguno de ellos. Me desgañité llamándole y silbándole, pero sin éxito. Recurrí a las viejas técnicas de "toma una chuche" y similares, pero tampoco surtió efecto. Toby no estaba por allí. Y si estaba, era bien escondido e ignorando mis llamadas.
"¿Habrá seguido el camino? ¿Se habrá parado a olisquear algo? No podía haber ido tan lejos. ¿O sí?". Mi ansiedad crecía por momentos y, después de cinco-diez minutos tratando de localizarle por mi cuenta, recordé el AirTag, así que saqué de nuevo el iPhone con la esperanza de encontrarle.
Mi sorpresa al abrir la app 'Buscar' fue que el AirTag llevaba varios minutos sin actualizar su posición. La última localización que figuraba era unos metros más atrás, justo en el punto en el que yo me detuve antes de perder de vista a Toby. Traté de emitir un sonido y forzar la actualización de la ubicación del localizador, pero no lo logré.
Entré en pánico y los peores presagios pasaban por mi cabeza. Algunos sumamente absurdos, pero todos con idéntico final: no volveré a ver a Toby. No supe gestionar bien aquella crisis yo solo, por lo que pedí ayuda a mis familiares. Vinieron enseguida a ayudarme en la búsqueda, a la par que yo seguía con un ojo puesto en la app 'Buscar' por si acaso se actualizaba la posición del AirTag y, por consiguiente, de Toby.
Y ahí estaba Toby…
Tras varios minutos de búsqueda, de repente se vuelve a actualizar la posición del AirTag. "Hace un minuto", ponía. La localización era inconfundible: la casa de mis padres. Corrimos como si no hubiese un mañana hacía allí, ya que la puerta estaba cerrada y temíamos que Toby volviese a escaparse y se iniciase de nuevo el bucle. Tuvimos suerte.
Al llegar a casa, ahí estaba Toby. Sentado en la puerta, sofocado por la sed y moviendo el rabo a velocidades extremas una vez que nos vio. Yo no sabía si reír o llorar, pero allí estaba. Le abracé como si hiciese diez años que no le veía, a la par que me daban ganas de estrangularle por el susto, pero al fin y al cabo es un perro y hubiese sido absurdo. El problema es que cuando lo adopté ya estaba algo "asalvajado" y, pese a que logré educarle mucho, eso de obedecer en la calle había sido (y sigue siendo) misión imposible.
Incógnitas resueltas y la lección del AirTag
Las incógnitas de esta repentina desaparición se fueron solucionando poco a poco. El camino en el que desapareció Toby comunicaba con mi casa sin necesidad de retroceder. No era un camino recto, pero tampoco era complicado. Toby ya lo había recorrido varias veces, por lo que pudo llegar sano y salvo. Debió correr mucho para que, en un despiste tan corto como el que tuve, no lograse ni siquiera verle a lo lejos al cruzar la curva.

También tuve mala suerte. Cuando llamé a mis padres para que me ayudasen a buscarlo, estos tomaron el mismo camino que yo, pero si lo hubiesen recorrido a la inversa, se habrían cruzado a Toby.
El caso es que ese día aprendí cómo funciona realmente un AirTag. En realidad, ya lo sabía, aunque lo ignoraba para este tipo de usos. Este accesorio no es un localizador GPS como tal. No es capaz de enviar su posición en tiempo real de forma permanente, sino que es una baliza que necesita que haya otros dispositivos de Apple cerca para enviar su posición a los servidores y que yo pueda verlos a través de mi iPhone.
Sirve cualquier dispositivo Apple incluso si no es tuyo. Si el AirTag pasa al lado de cualquier persona que lleve un iPhone, el accesorio será capaz de identificarlo y utilizarlo para que envíe su posición. Y todo de manera discreta, ya que el propietario del iPhone no verá nada extraño y tampoco el dueño del AirTag sabrá qué dispositivo se usó para ello.
Por eso, la última localización del AirTag de Toby coincidía con el lugar exacto en el que me encontraba la última vez que le vi durante el paseo. Una vez que se alejó, el AirTag ya no era capaz de enviar su posición porque por el camino no pasó nadie y tampoco había casas cerca en las que pudiese haber otros dispositivos de Apple. Sí los había en casa de mis padres, siendo esta la razón por la que, cuando él llegó, la app 'Buscar' volvió a actualizarme su posición.
La lección es clara: el AirTag es un excelente accesorio, pero no infalible. Mi consejo desde entonces es que, si tienes una mascota y temes que se pierda, utilices un localizador GPS que sí marque la ubicación en tiempo real. La mayoría son algo más grandes que un AirTag, su precio es más elevado y exigen de una app independiente en el iPhone, pero al menos garantizan que en todo momento se muestre un mapa con su posición.
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