En 2023 unos exploradores entraron en una cueva remota de México. Hallaron el último tesoro arqueológico del país

Publicado el 13/05/2025 por Diario Tecnología
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En 2023 unos exploradores entraron en una cueva remota de México. Hallaron el último tesoro arqueológico del país

La idea inicial de Adrián Beltrán y Yekaretina Katiya Pavlova, guía mexicano el primero, espeleóloga rusa la segunda, tenía poco que ver con la arqueología. En septiembre de 2023 ambos profesionales decidieron echarse sus bártulos a la espalda y adentrarse en la cueva de Tlayócoc, situada en plena sierra de Guerrero (México), para cartografiar sus galerías. Una vez allí descubrieron sin embargo algo que hizo que ese objetivo pasase a un segundo plano: tras recorrer 150 metros hasta el fondo de la gruta y adentrarse en un pasaje sumergido, la pareja se encontró con un tesoro arqueológico oculto desde hace varios siglos.

El legado de una etnia ya extinta, los tlacotepehuas.

En una cueva remota de México… La cueva de Tlayócoc, en la sierra de Guerrero, es bien conocida en la zona por sus recursos naturales. Aporta agua. Y un guano al que los agricultores suelen recurrir para abonar sus huertas. Lo que no se sabía hasta que Beltrán y Pavlova se adentraron en la gruta en septiembre de 2023 es que escondía también un valioso tesoro arqueológico que permitirá a los historiadores ampliar su conocimiento de las culturas prehispánicas.

Para llegar a él el guía y la espeleóloga se adentraron 150 m en la cueva, se sumergieron para avanzar hacia el interior de la gruta y llegaron a una cámara.

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¿Qué encontraron allí? Dos brazaletes elaborados con conchas dispuestos en estalagmitas. La imagen era tan chocante que, como relataría más tarde Pavlova al Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH), lo primero que se le vino a la mente fue que se trataba de basura. Quizás plásticos. Cuando se acercó y miró aquellas piezas más de cerca se dio cuenta de que estaba ante algo distinto. "¡Fue muy emocionante! Una experiencia similar a descubrir un pozo de más de 300 m dentro de la cueva. Aquí tuvimos suerte", reconoce la cartógrafa rusa.

¿Eso fue todo? No. En la zona había más piezas, incluido otro brazalete, una gran concha y fragmentos de discos negros, similares a espejos de pirita. Pavlova sacó fotos y se planteó algunas teorías sobre el posible origen de todo aquello, pero decidió dejar el hallazgo en manos de expertos. Notificó el descubrimiento y las autoridades ejidales y el comité de vigilancia de Carrizal de Bravo se encargaron de velar para que el yacimiento no fuera saqueado. Hace poco las autoridades locales decidieron ir más allá pidieron al INAH que volviera a registrar la cueva.

La zona no es de fácil acceso, está situada a una altitud de 2.387 metros y para llegar a ella hay que atravesar barrancas, un río y un camino en el que los viajeros se arriesgan a encontrarse con serpientes o pumas, pero en marzo un equipo de expertos registró el yacimiento. Gracias a esa labor hoy tenemos una idea más precisa del tesoro arqueológico de la gruta de Tlayócoc: 14 objetos prehispánicos entre los que se incluyen brazaletes y discos de piedra similares a espejos de pirita.

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Despejando incógnitas. Los arqueólogos registraron en total tres brazaletes de concha, un fragmento de pulsera de origen también malacológico, la concha de un caracol gigante (los expertos creen que de la especie Strombus sp.) perforado y con decoraciones, un fragmento de madera carbonizada y restos de discos de piedra, pero también se fijaron en el entorno. En la cámara observaron por ejemplo que las estalagmitas habían sido retocadas durante para redondear su forma.

Al examinar en detalle los brazaletes comprobaron también que estaban hechos a partir de conchas (Triplofusus giganteus) que alguien se había dedicada a decorar con grabados de símbolos y figuras antropomórficas, incluidos rostros, marcas en forma de "S" y líneas en zigzag. Las marcas, la posición de las pulseras y la forma de las estalagmitas sugirió una teoría a los expertos: la caverna era un lugar ritual. "Posiblemente los símbolos y las representaciones de personajes en los brazaletes están relacionados con la cosmogonía prehispánica tocante a la creación y fertilidad", comenta Cuauhtémoc Reyes, del Centro INAH Guerrero.

¿Por qué es importante? Aclarado el qué y dónde quedaba otra pregunta pendiente: el cuándo. Los arqueólogos llegaron a la conclusión de que las piezas son del período Posclásico y probablemente se colocaron en la gruta entre los años 950 y 1521 d.C., lo que les lleva a pensar que están relacionadas con la cultura tlacotepehua, que habitó en esa misma región hace varios siglos.

"Era una rama de los tepuztecas, un grupo antiguo que habitaba en la sierra y se dedicaba a trabajar los metales, de ahí su nombre", añade el arqueólogo Pérez Negrete en un comunicado del INAH. Hay brazaletes además que recuerdan a otras piezas localizadas en yacimientos guerrenses y áreas más lejanas.

"Hallazgo de gran relevancia". La frase es de nuevo de Pérez Negrete, quien insiste en el alcance del descubrimiento. "Con el estudio de la relación contextual de las piezas de la cueva, podremos interpretar nociones simbólicas, aspectos culturales, de manufactura y hasta de comercio, para caracterizar las sociedades prehispánicas asentadas en la sierre de Guerrero", reivindica.

Los expertos manejan además muy poca información sobre la cultura tlacotepehua, que acabó extinguiéndose al principio de la época Virreinal. Por si eso no fuese suficiente, el INAH recuerda que es la primera vez que sus expertos acuden a la comunidad de Carrizal de Bravo, lo que marca "el inicio de una campaña" para promover la concienciación y preservación del patrimonio.

Imágenes | CINAH Guerrero y INAH (Katiya Pavlova)

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