Si la IA sustituye a los trabajadores, ¿también debería pagar impuestos?

En un mundo que avanza a pasos agigantados, donde la inteligencia artificial (IA) ya no es una quimera de ciencia ficción sino una realidad palpable que redefine industrias y transforma la vida cotidiana, surge una pregunta que resuena con creciente urgencia: ¿qué sucede cuando esta tecnología de vanguardia comienza a desplazar a los trabajadores humanos a una escala masiva? La promesa de la IA es inmensa: mayor eficiencia, productividad sin precedentes y la capacidad de resolver problemas complejos que antes parecían inabordables. Sin embargo, detrás de este horizonte prometedor se cierne una sombra de preocupación legítima sobre el futuro del empleo, la distribución de la riqueza y la sostenibilidad de nuestros sistemas sociales. Si las máquinas inteligentes no necesitan salario ni cotizaciones, pero generan enormes beneficios y desplazan a quienes sí las necesitan, ¿no deberíamos considerar que contribuyan de alguna manera al bienestar colectivo? Este dilema no es meramente filosófico; es una cuestión económica, social y ética que exige nuestra atención y un debate profundo y constructivo. Nos adentramos en una era de cambios sin precedentes, y la forma en que abordemos este desafío definirá la equidad y la estabilidad de las próximas generaciones.

La disrupción de la inteligencia artificial en el mercado laboral

Si la IA sustituye a los trabajadores, ¿también debería pagar impuestos?

La inteligencia artificial está remodelando el tejido de nuestras economías a una velocidad asombrosa. Desde algoritmos que optimizan cadenas de suministro hasta sistemas que diagnostican enfermedades con una precisión asombrosa, la IA se está integrando en casi todos los sectores. Esta integración, si bien promete avances significativos, también genera una profunda inquietud sobre su impacto en el empleo.

El alcance de la automatización

La automatización impulsada por la IA no se limita a tareas repetitivas o manuales, como ocurría con la robótica industrial tradicional. Los algoritmos de aprendizaje automático y la IA generativa están ahora capacitados para realizar funciones cognitivas complejas: analizar grandes volúmenes de datos, redactar textos, generar código, incluso componer música o diseñar prototipos. Esto significa que profesiones que antes se consideraban inmunes a la automatización, como ciertas funciones administrativas, contables, de análisis financiero, periodismo o incluso aspectos de la medicina, están ahora en el punto de mira.

Un informe del Foro Económico Mundial, por ejemplo, ha destacado cómo millones de empleos podrían verse afectados, con algunos desapareciendo y otros transformándose radicalmente. Si bien la historia nos enseña que la tecnología siempre ha destruido empleos para crear otros nuevos, la velocidad y la escala de esta transformación impulsada por la IA podrían ser diferentes, presentando un desafío sin precedentes para la adaptación de la fuerza laboral. La eficiencia y la productividad que la IA aporta a las empresas son innegables, lo que a menudo se traduce en mayores beneficios y ventajas competitivas, pero esta ganancia puede venir a expensas de puestos de trabajo humanos. La cuestión clave es si la sociedad está preparada para gestionar esta transición sin una fractura social significativa. Podemos consultar análisis más detallados sobre este tema en informes sobre el futuro del trabajo y la IA, como los publicados por organizaciones internacionales. Informe del Foro Económico Mundial sobre el Futuro del Trabajo.

Implicaciones socioeconómicas de la sustitución laboral

La sustitución masiva de trabajadores por IA podría tener consecuencias socioeconómicas de gran calado. En primer lugar, se enfrentaría el desafío del desempleo estructural, donde los trabajadores desplazados no poseen las habilidades necesarias para los nuevos empleos que puedan surgir, o donde el número de nuevos empleos no compensa la pérdida. Esto podría exacerbar la desigualdad de ingresos, ya que la riqueza generada por la IA podría concentrarse en manos de los propietarios de la tecnología y el capital, mientras que una porción significativa de la población lucharía por encontrar un sustento.

Un aumento de la desigualdad no solo es un problema ético, sino que también puede desestabilizar la cohesión social, generar tensiones y aumentar la presión sobre los sistemas de bienestar social. Gobiernos y sociedades se verían obligados a buscar mecanismos para sostener a una población con menos oportunidades de empleo remunerado. Aquí es donde la idea de gravar la IA o los robots empieza a cobrar fuerza como una posible solución para financiar programas de reentrenamiento, ingreso básico universal o simplemente para mantener la capacidad de gasto de los consumidores en una economía cada vez más automatizada. Es, sin duda, un terreno complejo y lleno de aristas, donde las soluciones fáciles brillan por su ausencia y la urgencia de actuar se hace cada vez más patente.

El concepto de "impuesto a los robots" o "impuesto a la IA"

Ante el panorama de la automatización y sus posibles efectos disruptivos, la idea de un "impuesto a los robots" o, más precisamente, un "impuesto a la IA", ha emergido como una propuesta para abordar los desafíos financieros y sociales que se avecinan.

Origen y fundamentos de la idea

La propuesta ganó prominencia en 2017 cuando Bill Gates, cofundador de Microsoft, sugirió la posibilidad de gravar a los robots que reemplazan trabajos humanos. Su argumento central era que si un trabajador humano paga impuestos sobre la renta, la seguridad social y otros gravámenes, un robot que asume ese mismo trabajo y genera valor económico debería contribuir de alguna manera al fisco. El propósito de este impuesto no sería frenar la innovación, sino más bien mitigar sus efectos negativos sobre la fuerza laboral y financiar la transición hacia una nueva economía.

La lógica detrás de esta idea se basa en la necesidad de reemplazar los ingresos fiscales que se perderían si un número significativo de trabajos humanos desapareciera. Estos ingresos son cruciales para financiar servicios públicos, infraestructuras y programas sociales. Además, también busca desincentivar una automatización excesivamente rápida y, al mismo tiempo, crear un fondo para apoyar a los trabajadores desplazados, ya sea a través de programas de reentrenamiento, subsidios de desempleo o incluso un ingreso básico universal. Es una forma de intentar equilibrar el progreso tecnológico con la justicia social, reconociendo que los beneficios de la IA deben ser compartidos de manera más amplia. Para profundizar en la propuesta original de Bill Gates, se pueden buscar artículos y entrevistas en los archivos de noticias. Artículo sobre la propuesta de Bill Gates.

Modelos propuestos y su aplicación

No existe un consenso único sobre cómo debería implementarse un impuesto a la IA. Se han planteado varios modelos, cada uno con sus propias ventajas y desventajas:

  1. Impuesto sobre el "salario" del robot: Se podría gravar la actividad de un robot o sistema de IA como si fuera el salario de un trabajador humano, calculando una contribución equivalente a las cotizaciones a la seguridad social o al impuesto sobre la renta que ese trabajador habría pagado. Sin embargo, definir el "salario" de un robot es intrínsecamente complicado.
  2. Impuesto sobre el capital: En lugar de gravar directamente a la IA, se podría aumentar la tributación sobre los beneficios corporativos de las empresas que se benefician significativamente de la automatización, o aplicar un impuesto sobre el capital que se invierte en activos automatizados. Esto sería más fácil de implementar utilizando las estructuras fiscales existentes.
  3. Impuesto sobre el uso o la producción: Se podría gravar el uso de ciertos algoritmos o el número de "tareas" realizadas por una IA, o incluso la producción de robots y sistemas de IA. Este modelo podría ser más directo pero presenta desafíos en la definición de qué es "uso" o "producción" en el contexto de un software.
  4. Recargos a la depreciación: Algunos han sugerido eliminar o reducir las deducciones fiscales por depreciación de los activos de IA y robótica, haciendo que su adquisición sea menos atractiva fiscalmente.

La aplicación de cualquiera de estos modelos requeriría una cuidadosa consideración para evitar sofocar la innovación y garantizar que el sistema sea justo y administrable. La definición misma de "IA" o "robot" para fines fiscales es un desafío monumental, ya que la tecnología es fluida y evoluciona constantemente. Personalmente, creo que un enfoque que combine la tributación de los beneficios extraordinarios generados por la IA con un impuesto sobre el capital invertido en automatización a gran escala podría ser más factible que intentar gravar directamente a los "robots" de forma individual.

Argumentos a favor de la tributación de la IA

La idea de gravar la inteligencia artificial o la robótica, aunque controvertida, se apoya en una serie de argumentos sólidos que buscan justificar su implementación en la sociedad moderna.

Financiamiento de la transición laboral

Uno de los argumentos más convincentes a favor de un impuesto a la IA es su potencial para financiar la transición laboral y mitigar el impacto negativo del desplazamiento de empleos. A medida que la IA asume más tareas, muchos trabajadores necesitarán reorientar sus carreras y adquirir nuevas habilidades. Los ingresos generados por un impuesto a la IA podrían destinarse a programas de formación profesional, cursos de recualificación y plataformas de aprendizaje continuo, asegurando que los trabajadores desplazados puedan adaptarse a las demandas de la nueva economía.

Además, estos fondos podrían utilizarse para apoyar a aquellos que temporalmente (o permanentemente) no puedan encontrar un nuevo empleo, quizás a través de sistemas de apoyo al desempleo más robustos o, incluso, a través de la implementación de un ingreso básico universal (IBU), que garantice un nivel de vida mínimo para todos los ciudadanos. La financiación de estos programas a través de la propia riqueza generada por la automatización sería una forma de asegurar que el progreso tecnológico beneficie a la sociedad en su conjunto, y no solo a unos pocos. Esta redistribución sería crucial para evitar una crisis social y económica a gran escala.

Mantenimiento de la cohesión social

La creciente desigualdad de ingresos y oportunidades, exacerbada por la automatización, representa una amenaza real para la cohesión social. Si la riqueza generada por la IA se concentra en las manos de los dueños del capital y la tecnología, mientras que una gran parte de la población lucha por sobrevivir, la polarización social podría alcanzar niveles peligrosos. Un impuesto a la IA podría ser una herramienta para redistribuir parte de esa riqueza, asegurando que los beneficios del progreso tecnológico sean compartidos más equitativamente.

Al proporcionar una red de seguridad para los desplazados y financiar inversiones en capital humano, este impuesto podría ayudar a reducir la brecha entre ricos y pobres, fomentar un sentido de justicia y equidad, y así fortalecer el tejido social. Mantener la cohesión social es fundamental para la estabilidad y el desarrollo a largo plazo de cualquier sociedad. Es mi firme convicción que sin mecanismos de compensación y redistribución, la adopción masiva de la IA corre el riesgo de crear una sociedad profundamente dividida.

Nivelación del campo de juego

Otro argumento importante es la necesidad de nivelar el campo de juego entre el trabajo humano y el trabajo automatizado. Actualmente, el trabajo humano está sujeto a una serie de impuestos y contribuciones (seguridad social, impuestos sobre la renta, etc.) que no se aplican a los sistemas de IA o a los robots. Esto crea un incentivo fiscal para las empresas a reemplazar a los trabajadores humanos con máquinas, incluso si la diferencia de productividad no es drástica.

Al gravar la IA, se podría reducir esta disparidad fiscal, eliminando un "subsidio" implícito a la automatización y asegurando que las decisiones de inversión en tecnología se basen en una evaluación más justa de los costes y beneficios reales. Esto no significa frenar la innovación, sino asegurar que la competencia entre humanos y máquinas sea más equitativa desde el punto de vista fiscal, alentando una automatización más considerada y socialmente responsable.

Argumentos en contra y desafíos de la tributación de la IA

A pesar de los argumentos a favor, la propuesta de gravar la IA enfrenta una resistencia considerable y presenta desafíos complejos que no pueden ser ignorados.

Definición y medición de la "IA" imponible

Uno de los obstáculos más significativos es la dificultad de definir qué constituye exactamente una "IA" imponible. La inteligencia artificial no es un objeto físico discreto como un robot industrial. Se trata de software, algoritmos, modelos de datos y sistemas en la nube que evolucionan constantemente. ¿Gravaríamos el código? ¿El poder computacional utilizado? ¿Los datos que alimentan el algoritmo? ¿O solo los sistemas de IA que resultan en la sustitución de un trabajo humano?

La línea entre un software avanzado y un sistema de IA es cada vez más borrosa. Además, la IA a menudo se integra en productos y servicios existentes, haciendo difícil aislar su "contribución" para fines fiscales. Si gravamos la propiedad intelectual de un algoritmo, ¿cómo se valoraría? Si se grava el uso, ¿cómo se monitorearía en un entorno global? Sin una definición clara y universalmente aceptada, la implementación de un impuesto a la IA sería un laberinto legal y técnico, propenso a la ambigüedad y la evasión. Personalmente, considero que este es el mayor escollo práctico de la propuesta, y su resolución requeriría un nivel de consenso internacional y una agilidad regulatoria que rara vez se observa. Expertos fiscales y tecnólogos han debatido ampliamente estos desafíos. Un ejemplo de estas discusiones puede encontrarse en artículos sobre política fiscal y tecnología. Documentos de la OCDE sobre fiscalidad y digitalización.

Riesgos para la innovación y la competitividad

Los críticos argumentan que imponer un impuesto a la IA podría sofocar la innovación y frenar el desarrollo tecnológico. Si las empresas se enfrentan a costes adicionales por invertir en IA, podrían optar por no hacerlo, o ralentizar su adopción. Esto no solo impediría que las empresas se beneficien de las mejoras de productividad y eficiencia que la IA puede ofrecer, sino que también podría reducir su competitividad en el mercado global.

Las empresas podrían decidir invertir en investigación y desarrollo de IA en países donde no existan tales impuestos, lo que llevaría a una fuga de capital y talento. Esto podría resultar en una pérdida de liderazgo tecnológico para las naciones que implementen estos gravámenes, frenando el crecimiento económico y limitando la capacidad de sus industrias para competir a nivel internacional. Es un equilibrio delicado: buscar un beneficio social sin estrangular el motor que impulsa el progreso.

Complejidad administrativa y evasión fiscal

La implementación de un impuesto a la IA no solo sería compleja en su definición, sino también en su administración. ¿Qué agencia gubernamental sería responsable de recaudarlo? ¿Cómo se auditaría su cumplimiento? Las empresas multinacionales podrían encontrar maneras de reestructurar sus operaciones para evitar el impuesto, por ejemplo, alojando sus sistemas de IA en jurisdicciones con regulaciones más laxas o sin este tipo de gravamen.

La complejidad de rastrear y atribuir el valor generado por la IA, especialmente en el contexto de cadenas de suministro globales y servicios basados en la nube, podría hacer que el impuesto sea extremadamente difícil de recaudar de manera efectiva. Esto podría generar más burocracia, mayores costes administrativos para las empresas y los gobiernos, y abrir la puerta a la evasión fiscal, socavando el propósito del impuesto. La cooperación internacional sería esencial, pero lograrla en un tema tan novedoso y complejo es una tarea hercúlea.

Alternativas y enfoques complementarios

Dado los desafíos inherentes a la tributación directa de la IA, muchos expertos sugieren que es más prudente considerar una serie de enfoques alternativos y complementarios que aborden las consecuencias de la automatización desde múltiples frentes.

Ingreso básico universal (IBU) y renta mínima garantizada

Una de las soluciones más debatidas para mitigar el impacto del desplazamiento laboral por IA es el ingreso básico universal (IBU) o una renta mínima garantizada. Estas propuestas buscan asegurar que todos los ciudadanos reciban un ingreso regular y suficiente para cubrir sus necesidades básicas, independientemente de si tienen un empleo remunerado. La idea es que, a medida que la automatización libere a los humanos de trabajos rutinarios, las personas puedan dedicarse a otras actividades, ya sea cuidado, educación, artes o voluntariado, sin la presión económica de la subsistencia.

El IBU podría financiarse a través de un aumento general de impuestos sobre los beneficios corporativos (incluidos los generados por la IA), impuestos sobre la riqueza o incluso con un IVA más alto. Aunque no es directamente un "impuesto a la IA", aborda las consecuencias del desplazamiento laboral de una manera directa y universal. Es un enfoque que personalmente me parece digno de una exploración más profunda, dado su potencial para mantener la estabilidad social en una era de cambios. Diferentes países han llevado a cabo experimentos con el IBU, y sus resultados son objeto de estudio. Se puede encontrar más información sobre el IBU en análisis de políticas sociales. Red de la Renta Básica Global.

Educación y formación continua

Independientemente de cómo se aborde la cuestión de la fiscalidad, la inversión en educación y formación continua es fundamental. A medida que la IA redefine las habilidades requeridas en el mercado laboral, la capacidad de los trabajadores para adaptarse y aprender nuevas competencias será más crucial que nunca. Los gobiernos, en colaboración con el sector privado, deberían invertir masivamente en programas de recualificación y mejora de habilidades (reskilling y upskilling) que preparen a los trabajadores para los empleos del futuro.

Esto incluye fomentar la alfabetización digital desde edades tempranas, promover el pensamiento crítico y la creatividad, y facilitar el acceso a la formación en áreas como la programación

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