Shoshana Zuboff: la inteligencia artificial como expansión del capitalismo de la vigilancia

La irrupción de la inteligencia artificial (IA) ha catalizado una de las transformaciones más profundas en la sociedad contemporánea, prometiendo avances sin precedentes en diversos campos. Sin embargo, bajo esta narrativa de progreso, se cierne una sombra, una advertencia que la filósofa y economista Shoshana Zuboff ha articulado con una lucidez impactante: "La IA es el capitalismo de la vigilancia continuando su expansión". Esta afirmación no es una mera crítica tecnológica, sino una profunda reflexión sobre el poder, la economía y la esencia misma de la libertad humana en la era digital. Nos invita a desentrañar cómo las herramientas más sofisticadas de nuestra época no solo optimizan procesos, sino que también perfeccionan un modelo de negocio que se nutre de la experiencia humana, transformándola en datos predictivos para el control y la modificación del comportamiento.

Zuboff, reconocida por su monumental obra "La era del capitalismo de la vigilancia", nos ha proporcionado un marco conceptual indispensable para entender las dinámicas ocultas que operan en nuestra interconexión digital. Su premisa fundamental es que el capitalismo ha encontrado una nueva frontera para la acumulación de capital: la experiencia humana privada, convertida en materia prima para la predicción y venta de nuestro comportamiento futuro. La IA, lejos de ser una entidad neutral, se convierte en el motor más potente y sofisticado de esta maquinaria, ampliando sus capacidades de extracción, procesamiento y monetización de datos a escalas antes inimaginables. Abordar esta realidad es crucial para comprender no solo el presente de la tecnología, sino también las implicaciones éticas, sociales y políticas que definirán nuestro futuro. Es un llamado a la conciencia sobre el modelo de negocio subyacente que moldea nuestras interacciones diarias con el mundo digital y cómo la inteligencia artificial se erige como su principal catalizador.

El origen del capitalismo de la vigilancia

Shoshana Zuboff: la inteligencia artificial como expansión del capitalismo de la vigilancia

Para comprender la tesis de Zuboff sobre la IA, es esencial primero asimilar la génesis y la naturaleza del capitalismo de la vigilancia. Este concepto no se refiere simplemente a la recopilación de datos, sino a un modelo económico disruptivo que surgió a principios del siglo XXI, principalmente en empresas tecnológicas como Google. Ante la quiebra de la burbuja "punto com", estas compañías buscaron nuevas vías para monetizar su vasto acceso a la información de los usuarios. Descubrieron que el "excedente de comportamiento" –la masa de datos generados por nuestras interacciones digitales que va más allá de lo necesario para mejorar un servicio– poseía un valor predictivo inmenso. No solo se trata de saber qué nos gusta o qué compramos, sino de predecir qué haremos en el futuro, cómo reaccionaremos a ciertos estímulos, e incluso cómo podremos ser influenciados para actuar de una determinada manera.

Este excedente de comportamiento se transformó en "productos de predicción", que luego se venden en "mercados de futuros de comportamiento" a anunciantes y otras entidades interesadas en influir en nuestras decisiones. Lo que comenzó como una forma de optimizar la publicidad en línea, rápidamente escaló hasta convertirse en la base de un imperio económico que ha reconfigurado industrias enteras y ha permeado cada aspecto de nuestra vida conectada. No es solo un asunto de privacidad; es una cuestión de poder y de la autonomía humana frente a sistemas diseñados para conocer, predecir y, en última instancia, modificar nuestro comportamiento.

Zuboff argumenta que las empresas de vigilancia capitalista operan con una lógica extractiva: se apropian unilateralmente de la experiencia humana, la transforman en datos y luego la utilizan para sus propios fines comerciales, sin nuestro consentimiento explícito ni nuestra participación en la distribución de ese valor. Esto establece una asimetría de conocimiento y poder sin precedentes. Los usuarios se convierten en objetos de extracción, mientras que las empresas acumulan una "capacidad instrumental" para moldear la realidad y el comportamiento colectivo. Es un sistema que subvierte los principios democráticos y la libre determinación individual, creando una nueva forma de control social que opera sigilosamente en las entrañas de nuestra infraestructura digital. Para una comprensión más profunda de este concepto, recomiendo la lectura de este artículo que explora el libro de Zuboff: El Capitalismo de la Vigilancia explicado por Shoshana Zuboff.

La inteligencia artificial como acelerador

Si el capitalismo de la vigilancia sentó las bases para la extracción y monetización de los datos de comportamiento, la inteligencia artificial se ha erigido como el principal catalizador y acelerador de este proceso. La IA no es solo una herramienta, es el motor que permite a este modelo de negocio alcanzar niveles de sofisticación y escala que antes eran inimaginables. ¿Cómo lo hace? Principalmente a través de su capacidad sin parangón para procesar, analizar y encontrar patrones en volúmenes masivos de datos a una velocidad y eficiencia que superan con creces las capacidades humanas.

Los algoritmos de aprendizaje automático y las redes neuronales profundas son la clave. Estos sistemas pueden ingerir terabytes de información –desde nuestros clics, búsquedas y me gusta, hasta nuestra ubicación geográfica, patrones de voz y expresiones faciales– y convertirlos en modelos predictivos cada vez más precisos. Esto va mucho más allá de una simple correlación; se trata de construir perfiles detallados de cada individuo, anticipando sus deseos, miedos, vulnerabilidades y futuras acciones. La IA perfecciona la capacidad de inferir, de predecir con una probabilidad sorprendente cómo reaccionaremos a un determinado mensaje, qué producto estaremos más inclinados a comprar o incluso qué candidato político podríamos apoyar.

Consideremos, por ejemplo, el avance de los sistemas de recomendación. Estos no solo nos sugieren películas o canciones; son intrincadas maquinarias predictivas que nos mantienen enganchados, optimizando el tiempo que pasamos en plataformas, maximizando así la generación de más datos. O pensemos en la publicidad programática, donde la IA decide en milisegundos qué anuncio es más probable que nos haga click, basándose en nuestro historial y en un sinfín de puntos de datos. Esta personalización extrema, que a menudo se percibe como una conveniencia, es en realidad una manifestación del capitalismo de la vigilancia en acción, orquestada por la IA para influir sutilmente en nuestras decisiones.

En mi opinión, es precisamente esta eficiencia sobrehumana de la IA lo que hace la tesis de Zuboff tan apremiante. La IA no solo permite la vigilancia; la optimiza hasta un punto en que se vuelve omnipresente, casi imperceptible, y extremadamente poderosa. Transforma la observación pasiva en una intervención activa y predictiva sobre nuestra vida. La capacidad de la IA para discernir patrones en el comportamiento humano y luego usarlos para moldear ese comportamiento es el aspecto más inquietante de esta expansión. Es la diferencia entre un mapa que muestra dónde hemos estado y un mapa que predice dónde iremos y nos empuja hacia allí.

Nuevas fronteras de la extracción de datos

La expansión del capitalismo de la vigilancia a través de la IA no se limita a los datos que generamos en nuestros dispositivos móviles o computadoras. Se extiende a nuevas fronteras de extracción que están difuminando las líneas entre el mundo físico y el digital. El Internet de las Cosas (IoT), las ciudades inteligentes, los dispositivos wearables y la biometría son solo algunos ejemplos de cómo la IA está ampliando el alcance de la recolección de datos a prácticamente todos los aspectos de nuestra existencia.

Los dispositivos IoT, desde termostatos inteligentes hasta neveras conectadas y cepillos de dientes inteligentes, están constantemente recopilando información sobre nuestros hábitos, preferencias y rutinas dentro de nuestros propios hogares. Las ciudades inteligentes, con sus redes de sensores y cámaras de vigilancia potenciadas por IA, monitorean el flujo de personas, vehículos y actividades, convirtiendo el espacio público en una gigantesca fuente de datos. Los wearables, como relojes inteligentes y pulseras de actividad, registran nuestros latidos, patrones de sueño, niveles de estrés y actividad física, generando un perfil de salud y bienestar altamente detallado que puede ser correlacionado con otros datos de comportamiento.

La tecnología de reconocimiento facial y análisis de voz, impulsada por IA, permite identificar a individuos en multitudes, analizar sus emociones o incluso transcribir y analizar cada palabra que decimos. Los datos biométricos, considerados hasta hace poco inalterables y privados, se están convirtiendo en otra fuente de "excedente de comportamiento" para los algoritmos. Esta constante digitalización de nuestra experiencia vital, mediada por dispositivos inteligentes y procesada por IA, crea una "superficie de ataque" para la extracción de datos infinitamente más grande.

Zuboff denomina a esta capacidad acumulativa de las empresas de vigilancia como "poder instrumentario". No se trata simplemente de espiar, sino de construir un vasto y profundo conocimiento de las personas para guiar, modificar y dirigir su comportamiento hacia resultados comercialmente deseables. La IA es la tecnología que hace posible que este poder se ejerza con una precisión y una escala sin precedentes. Es un control que no se impone por la fuerza bruta, sino a través de la manipulación sutil de los entornos informativos y de elección, creando lo que parece ser una "realidad aumentada" que nos empuja en una dirección predeterminada. La frontera entre el yo y los sistemas se disuelve, y la experiencia humana se convierte en un recurso a explotar.

El impacto en la autonomía y la democracia

La tesis de Shoshana Zuboff no es una mera observación económica; es una profunda advertencia sobre las consecuencias para la autonomía individual y los cimientos de la democracia. El capitalismo de la vigilancia, potenciado por la IA, no solo nos roba nuestra privacidad, sino que amenaza con despojar a los individuos de su capacidad de autodeterminación y a las sociedades de su habilidad para gobernarse libremente.

En el plano individual, la constante extracción y análisis de nuestros datos de comportamiento por parte de la IA erosiona nuestra autonomía. Cuando cada clic, cada compra, cada interacción social es monitoreada y utilizada para predecir y manipular nuestro comportamiento, se limita nuestra capacidad de tomar decisiones genuinamente libres. Las opciones que se nos presentan, los anuncios que vemos, la información a la que accedemos, todo está diseñado algorítmicamente para inclinarnos hacia un resultado particular que beneficia a la empresa de vigilancia. No es un control manifiesto, sino una sutil "nudging" (empujón) que opera en el subconsciente, guiando nuestras elecciones sin que seamos plenamente conscientes de ello. Esta "desposesión" de la experiencia humana, como la llama Zuboff, convierte nuestras vidas en materia prima, y nosotros, los usuarios, en medios para los fines de otros.

A nivel democrático, las implicaciones son aún más preocupantes. La IA, al permitir la micro-focalización y la personalización extrema, puede ser utilizada para fragmentar la esfera pública, creando "burbujas de filtro" y "cámaras de eco" donde los ciudadanos son expuestos únicamente a información que refuerza sus creencias existentes. Esto dificulta el debate público racional y la formación de un consenso social basado en hechos compartidos. Además, la capacidad de la IA para predecir y manipular comportamientos puede ser explotada en contextos políticos, desde campañas electorales hasta la propagación de desinformación, socavando la integridad de los procesos democráticos. Si las empresas y los actores políticos tienen la capacidad de conocer y dirigir el comportamiento de los votantes a un nivel granular, la noción de una elección informada y libre se vuelve cada vez más frágil.

El objetivo final del capitalismo de la vigilancia, según Zuboff, no es solo conocer el comportamiento humano, sino modificarlo, orquestándolo para resultados predeterminados. Esta capacidad de "instrumentación" de la vida humana representa una amenaza existencial para la libertad individual y los derechos democráticos. No se trata de un futuro distópico, sino de una realidad presente que se está consolidando bajo el velo de la conveniencia y la innovación tecnológica. Es imperativo que desarrollemos marcos legales y éticos robustos que garanticen la protección de los derechos digitales y la privacidad, como los esfuerzos plasmados en el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR) de la Unión Europea, aunque estos son solo el comienzo.

Más allá del debate: implicaciones económicas y sociales

La profundización del capitalismo de la vigilancia a través de la IA tiene ramificaciones que van más allá de la privacidad y la autonomía individual, impactando la estructura económica y social en su conjunto. Una de las consecuencias más patentes es la concentración de poder y riqueza en manos de un puñado de gigantes tecnológicos. Aquellas empresas que lograron la ventaja inicial en la extracción y procesamiento de datos, y que ahora lideran el desarrollo de la IA, han acumulado un capital de conocimiento y una influencia de mercado que resultan casi inexpugnables. Esta oligopolización no solo ahoga la competencia y la innovación, sino que también crea una nueva forma de desigualdad, donde unos pocos "conocen" y la vasta mayoría es "conocida", sin control sobre su propia información.

Esta asimetría de conocimiento y poder también se traduce en una nueva forma de control laboral. En el ámbito empresarial, la IA se utiliza para monitorear cada aspecto de la productividad de los empleados, desde sus movimientos y comunicaciones hasta sus niveles de estrés. Esto puede conducir a entornos laborales hipervigilados, donde la eficiencia se prioriza sobre el bienestar de los trabajadores y donde la autonomía y la creatividad pueden verse mermadas por la constante evaluación algorítmica. La promesa de la IA de "optimizar" se convierte en una herramienta para exprimir el máximo rendimiento de los seres humanos, a menudo sin que estos sean conscientes del alcance de la vigilancia.

Socialmente, la expansión de la IA en el capitalismo de la vigilancia puede exacerbar las divisiones existentes y crear nuevas formas de discriminación. Los algoritmos, si no son cuidadosamente diseñados y auditados, pueden perpetuar y amplificar sesgos presentes en los datos con los que fueron entrenados, afectando decisiones críticas en áreas como la concesión de créditos, la contratación laboral, la justicia penal e incluso el acceso a la atención médica. Esto no solo es injusto, sino que puede cristalizar desigualdades estructurales, ya que los sistemas de IA toman decisiones con base en perfiles predictivos que pueden estar sesgados contra ciertos grupos demográficos. La "objetividad" de la máquina se convierte en una máscara para la discriminación algorítmica, y la falta de transparencia en estos sistemas hace extremadamente difícil identificar y corregir tales injusticias. Es un desafío ético y regulatorio monumental para nuestra sociedad.

¿Hay un camino hacia adelante? Desafíos y posibles soluciones

Frente a un panorama tan complejo y, para algunos, distópico, es natural preguntarse si existe un camino hacia adelante. Shoshana Zuboff no es pesimista en el sentido de la fatalidad, sino en el de la urgencia. Ella cree que la clave radica en la conciencia colectiva y en la acción política y social para reclamar el futuro digital. La IA no es intrínsecamente un instrumento del capitalismo de la vigilancia; su aplicación y sus consecuencias dependen de las decisiones humanas y de los marcos regulatorios que establezcamos.

Una de las soluciones más apremiantes es el desarrollo y la implementación de una gobernanza de datos robusta y efectiva. Esto implica ir más allá de la mera protección de la privacidad y abordar la cuestión de la propiedad y el control de los datos. Necesitamos leyes que no solo exijan consentimiento, sino que también restrinjan fundamentalmente la capacidad de las empresas para extraer y monetizar el excedente de comportamiento. El "derecho a la autodeterminación digital" debería ser un principio fundamental, garantizando que los individuos tengan un control significativo sobre sus propias experiencias digitalizadas.

La alfabetización digital es también un pilar esencial. Los ciudadanos deben comprender no solo cómo usar la tecnología, sino también cómo funciona el modelo de negocio subyacente, cómo sus datos son utilizados y cuáles son las implicaciones para su autonomía. Solo una población informada puede exigir cambios y resistir la manipulación.

Además, debemos fomentar y apoyar modelos de negocio alternativos que prioricen la privacidad y el bienestar humano sobre la extracción de datos. Esto podría incluir cooperativas de datos, servicios de código abierto, o empresas que basen su modelo en suscripciones o micropagos en lugar de la venta de predicciones de comportamiento. La inversión en investigación y desarrollo de IA ética, con principios de transparencia, equidad y responsabilidad incorporados desde el diseño, es igualmente crucial. Proyectos como Partnership on AI son un ejemplo de esfuerzos por abordar estos desafíos.

Mi opinión personal es que el momento de actuar es ahora. La velocidad con la que la IA se está desarrollando y extendiendo nos da una ventana de oportunidad limitada para moldear su trayectoria. De lo contrario, los sistemas de vigilancia capitalista se habrán incrustado tan profundamente en la infraestructura social que será casi imposible desmantelarlos. Se necesita una combinación de regulación gubernamental, presión pública, innovación responsable y educación para reequilibrar la balanza de poder.

La urgencia de la conciencia y la acción

La advertencia de Shoshana Zuboff sobre la inteligencia artificial como una extensión del capitalismo de la vigilancia no es una profecía de fatalidad, sino una llamada urgente a la conciencia y la acción. Es un recordatorio de que la tecnología, por muy avanzada que sea, no es un destino inevitable, sino un producto de decisiones humanas y fuerzas económicas. Lo que está en juego no es solo la eficiencia o la conveniencia, sino la esencia misma de lo que significa ser humano en la era digital:

Diario Tecnología