¿Por qué ya no es seguro cambiar las contraseñas con frecuencia? Esto es lo que dicen los expertos en ciberseguridad

Durante décadas, la recomendación de seguridad más extendida y aceptada por usuarios y profesionales por igual era simple: cambia tus contraseñas regularmente. Cada tres meses, cada seis meses, incluso mensualmente en algunos entornos corporativos; la idea era que una rotación constante mantendría a los atacantes a raya, limitando la ventana de oportunidad para explotar una contraseña comprometida. Era un mantra de la ciberseguridad, tan arraigado que rara vez se cuestionaba. Sin embargo, en un giro que puede sorprender a muchos, los principales expertos y organismos de seguridad informática ahora desaconsejan esta práctica, argumentando que, lejos de mejorar la seguridad, puede en realidad debilitarla. Este cambio de paradigma no es trivial y tiene implicaciones profundas para cómo gestionamos nuestra identidad digital. ¿Qué ha impulsado esta radical reconsideración? La respuesta se encuentra en una comprensión más profunda del comportamiento humano y de la sofisticación de las amenazas actuales.

El paradigma tradicional: cambiar contraseñas para mayor seguridad

¿Por qué ya no es seguro cambiar las contraseñas con frecuencia? Esto es lo que dicen los expertos en ciberseguridad

La creencia de que el cambio frecuente de contraseñas era una buena práctica se basaba en una lógica aparentemente sólida. Si un atacante lograba obtener una contraseña, ya fuera a través de un hackeo, phishing o cualquier otro método, su utilidad sería limitada si el usuario la cambiaba regularmente. Era como cerrar la puerta con una nueva llave cada cierto tiempo, por si la anterior había caído en manos equivocadas.

Las directrices de seguridad de las empresas y organismos gubernamentales a menudo imponían políticas de caducidad de contraseñas, obligando a los usuarios a establecer nuevas credenciales cada 90 o 180 días. Esta práctica se originó en una época donde los ataques eran menos sofisticados y el volumen de contraseñas que manejaba un usuario promedio era significativamente menor. Se pensaba que al requerir cambios, se mitigaba el riesgo de que una contraseña robada permaneciera activa indefinidamente, otorgando acceso continuo a un cibercriminal. El problema, sin embargo, era que esta teoría no siempre se traducía en una mejora real de la seguridad cuando se enfrentaba a la realidad del comportamiento humano.

La evolución del pensamiento en ciberseguridad

El punto de inflexión llegó en gran medida de la mano del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología de Estados Unidos (NIST), una autoridad líder en ciberseguridad a nivel mundial. En 2017, el NIST publicó la revisión de sus directrices de autenticación digital, SP 800-63B, en la que se eliminaba la recomendación de caducidad periódica de contraseñas para usuarios que no tuvieran indicios de haber sido comprometidos. Esta fue una señal clara de que la sabiduría convencional estaba siendo desafiada por la evidencia.

Los expertos se dieron cuenta de que las políticas de cambio forzado de contraseñas estaban generando más problemas de los que resolvían. El enfoque se ha desplazado desde la frecuencia de los cambios hacia la calidad de la contraseña y la implementación de defensas adicionales. Ahora, se prioriza que una contraseña sea fuerte y única desde el principio, y que se complemente con otras medidas de seguridad, en lugar de confiar en una rotación constante de credenciales potencialmente débiles. Este cambio no es una invitación a la complacencia, sino una llamada a la inteligencia en la gestión de nuestra seguridad digital.

Los riesgos ocultos del cambio frecuente de contraseñas

Lejos de fortalecer la seguridad, la exigencia de cambiar contraseñas con asiduidad ha demostrado tener varios efectos contraproducentes que, irónicamente, la debilitan.

Contraseñas más débiles y predecibles

Uno de los efectos más documentados es la tendencia humana a crear contraseñas más débiles y predecibles cuando se les obliga a cambiarlas con frecuencia. Ante la necesidad de recordar una nueva contraseña cada pocos meses para múltiples cuentas, los usuarios recurren a patrones fáciles de recordar y, por lo tanto, fáciles de adivinar o de descifrar para los atacantes.

Es común ver variaciones mínimas de la contraseña anterior. Por ejemplo, si la contraseña era "MiClave2023!", al cambiarla se podría convertir en "MiClave2024!" o "MiClave!1". Estos pequeños cambios son increíblemente predecibles para los programas de ataque de fuerza bruta o de diccionario, que pueden generar rápidamente todas las permutaciones lógicas de una contraseña base. Un atacante que ya tiene una contraseña antigua, o que ha comprometido una, puede probar rápidamente estas variaciones y obtener acceso. La fatiga mental de generar y recordar combinaciones complejas lleva a la ruta de menor resistencia, lo que resulta en una seguridad significativamente disminuida.

Reuso de contraseñas

Relacionado con el punto anterior, la fatiga lleva a los usuarios a reutilizar la misma contraseña o variaciones muy similares en diferentes servicios. Si una política de cambio forzado se aplica en el trabajo, es probable que la misma lógica se traslade a las cuentas personales. El problema de la reutilización es que, si un atacante logra comprometer una cuenta, esa misma contraseña (o una muy similar) podría funcionar en docenas de otros servicios, abriendo una puerta trasera a toda la vida digital del usuario. Aunque cambien la contraseña en un servicio, si la usan en otro donde hubo una brecha anterior, el problema persiste. Este es, en mi opinión, uno de los mayores vectores de riesgo en la actualidad, y una práctica que las políticas de cambio forzado paradójicamente fomentan.

Fatiga de contraseñas y evasión

Imponer cambios frecuentes de contraseñas contribuye significativamente a la "fatiga de contraseñas". Los usuarios, abrumados por la necesidad de recordar múltiples credenciales complejas y en constante cambio, buscan atajos. Esto puede manifestarse de varias maneras peligrosas:

  • Anotar contraseñas: Escribir las contraseñas en notas adhesivas, cuadernos o documentos sin protección, lo que las hace vulnerables a miradas indiscretas o al robo físico.
  • Utilizar software de gestión de contraseñas de forma incorrecta: Aunque los gestores de contraseñas son una excelente solución, algunos usuarios los configuran mal o no los usan consistentemente, perdiendo sus beneficios.
  • Optar por contraseñas excesivamente simples: Volviendo al primer punto, la desesperación por recordar lleva a la simplicidad extrema.

Estas conductas anulan cualquier beneficio percibido del cambio frecuente, ya que la contraseña se vuelve accesible por medios mucho más sencillos que una compleja intrusión digital.

La ineficacia frente a ciertas amenazas

El cambio frecuente de contraseñas también es ineficaz contra algunas de las amenazas más comunes y peligrosas hoy en día:

  • Phishing: Si un usuario cae en una estafa de phishing y entrega sus credenciales a un atacante, este último puede utilizarlas de inmediato, sin importar cuándo se haya cambiado la contraseña por última vez. Un cambio posterior por parte del usuario no resolvería el hecho de que el atacante ya tuvo acceso.
  • Keyloggers: Un keylogger es un software malicioso que registra cada pulsación de teclado. Si un sistema está infectado con uno, el atacante obtendrá la nueva contraseña tan pronto como se introduzca, anulando cualquier beneficio del cambio.
  • Brechas de datos: Si una base de datos de contraseñas se ve comprometida, la antigüedad de la contraseña puede ser irrelevante si no se combina con otras medidas de seguridad. El problema es la exposición, no la fecha del último cambio.

En estos escenarios, la frecuencia del cambio es un factor secundario frente a la efectividad de otras medidas de seguridad y la conciencia del usuario.

Las nuevas recomendaciones: hacia una seguridad de contraseñas más robusta

A la luz de la evidencia y la evolución del panorama de amenazas, las recomendaciones de seguridad han cambiado drásticamente. El enfoque ahora está en la calidad de la contraseña y en la implementación de múltiples capas de defensa.

Longitud y complejidad: los pilares fundamentales

La longitud es, sin duda, el factor más importante en la fuerza de una contraseña. Una contraseña larga es exponencialmente más difícil de descifrar mediante ataques de fuerza bruta. El NIST y otros expertos ahora sugieren una longitud mínima de 12-16 caracteres, aunque cuanto más larga, mejor. En lugar de forzar a los usuarios a incluir mayúsculas, minúsculas, números y símbolos (que a menudo llevan a patrones predecibles como "Password!1"), se recomienda una "frase de contraseña" (passphrase). Estas frases, como "El sol brilla en el cielo azul!", son fáciles de recordar para el usuario pero extremadamente difíciles de adivinar para una máquina, ya que tienen una gran longitud y combinan diferentes tipos de caracteres de forma natural. Personalmente, encuentro que esta es una de las recomendaciones más prácticas y efectivas para el usuario promedio.

Para profundizar en las recomendaciones del NIST, puedes consultar sus directrices aquí: NIST SP 800-63B.

Autenticación de múltiples factores (MFA/2FA)

Esta es, sin lugar a dudas, la medida de seguridad más efectiva que un usuario puede implementar hoy en día. La autenticación de múltiples factores (MFA) o de dos factores (2FA) añade una segunda capa de verificación más allá de la contraseña. Esto podría ser un código enviado a tu teléfono, una aplicación de autenticación, una huella dactilar o un dispositivo físico. Incluso si un atacante logra obtener tu contraseña, no podrá acceder a tu cuenta sin esa segunda prueba de identidad. La MFA actúa como un escudo robusto contra una gran cantidad de ataques, incluyendo phishing y el reuso de contraseñas. Siempre que sea posible, activa la MFA en todas tus cuentas importantes.

Aquí puedes aprender más sobre la importancia de la MFA: CISA sobre MFA.

Gestión de contraseñas: el aliado indispensable

Los gestores de contraseñas son herramientas diseñadas para generar, almacenar y organizar de forma segura contraseñas únicas y complejas para cada una de tus cuentas. Eliminan la necesidad de que los usuarios recuerden docenas de combinaciones diferentes, resolviendo así el problema de la fatiga y el reuso. Un buen gestor de contraseñas solo requiere que el usuario recuerde una única "contraseña maestra" (que debe ser extremadamente fuerte y única). Estos programas cifran todas las demás contraseñas, las autocompletan en los sitios web y pueden alertar sobre contraseñas débiles o repetidas. Son, a mi juicio, esenciales en el panorama digital actual.

Explora gestores de contraseñas populares como LastPass o 1Password para mejorar tu seguridad: LastPass o 1Password.

Monitoreo de filtraciones y cambios reactivos

En lugar de cambiar contraseñas de forma proactiva y arbitraria, la recomendación actual es cambiar una contraseña solo cuando haya una indicación de que ha sido comprometida. Esto significa estar atento a notificaciones de servicios que anuncian brechas de seguridad o utilizar herramientas que monitorean la exposición de tus credenciales. Servicios como "Have I Been Pwned" permiten verificar si tu correo electrónico o contraseñas han aparecido en alguna base de datos de filtraciones conocidas. Si una de tus contraseñas se ha visto comprometida, entonces sí, cámbiala inmediatamente en todos los lugares donde la hayas usado. Este enfoque reactivo es mucho más efectivo que el cambio preventivo ciego.

Puedes verificar si tus datos han sido comprometidos aquí: Have I Been Pwned.

Mi perspectiva sobre este cambio de paradigma

Desde mi punto de vista, la evolución en las recomendaciones de seguridad de contraseñas es no solo lógica, sino absolutamente necesaria. El modelo antiguo de cambio frecuente era una carga constante para los usuarios y, como hemos visto, contraproducente en la práctica. Era una estrategia de seguridad que no consideraba adecuadamente el factor humano, que es a menudo el eslabón más débil, pero también el más crucial en la cadena de ciberseguridad.

Me parece interesante cómo, durante tanto tiempo, hemos aplicado soluciones que parecían correctas en teoría, pero que en la realidad generaban más vulnerabilidades. La actual aproximación, que enfatiza la longitud, la unicidad y la autenticación multifactor, es mucho más inteligente porque se alinea con la conveniencia del usuario al mismo tiempo que eleva significativamente el nivel de protección. Si bien la educación de los usuarios para adoptar estas nuevas prácticas es un desafío, creo que el mensaje es más fácil de digerir: "usa una contraseña larga y única, y activa la MFA", en lugar de "cambia tu contraseña cada 90 días por algo que sea diferente pero que puedas recordar entre docenas de otras". Es un enfoque más maduro y efectivo para la seguridad digital.

Conclusión

El mensaje es claro: el cambio frecuente y obligatorio de contraseñas es una práctica obsoleta y potencialmente dañina. Los expertos en ciberseguridad han abandonado esta recomendación en favor de estrategias más robustas y basadas en la evidencia. La clave para una seguridad de contraseñas efectiva hoy en día reside en la creación de contraseñas largas y únicas (idealmente frases de contraseña), el uso indispensable de la autenticación de múltiples factores, la implementación de gestores de contraseñas y un monitoreo reactivo ante posibles filtraciones. Al adoptar estas nuevas directrices, podemos proteger mejor nuestra identidad digital y nuestras cuentas, pasando de una seguridad basada en la fatiga a una basada en la fortaleza inteligente y la resiliencia.

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