En un mundo donde la dinámica del poder se reconfigura a una velocidad vertiginosa, las palabras de un intelectual como Giuliano Da Empoli resuenan con una lucidez inquietante. Su afirmación de que "los depredadores políticos han expandido el campo de lo posible" no es una simple frase, sino una profunda observación sobre la erosión de los límites éticos y normativos que alguna vez contuvieron la acción política. Nos invita a reflexionar sobre cómo aquello que antes era impensable, inadmisible o moralmente reprobable en la esfera pública, hoy parece haberse normalizado, incluso legitimado, bajo el amparo de nuevas estrategias de poder y comunicación. Este post explorará el significado de esta expansión, quiénes son estos "depredadores" y qué implicaciones tiene esta transformación para nuestras sociedades democráticas y el futuro de la convivencia cívica. ¿Estamos presenciando una redefinición del juego político o un descenso peligroso hacia un pragmatismo sin escrúpulos? La pregunta es crucial, y la respuesta, multifacética.
La voz de Giuliano Da Empoli: un intelectual en la encrucijada del poder
Giuliano Da Empoli es un nombre que ha ganado prominencia en el panorama literario y de análisis político contemporáneo. Este escritor y politólogo italiano, con una trayectoria que abarca desde la consultoría política hasta la dirección de think tanks, ha demostrado una aguda capacidad para diseccionar las complejidades del poder en el siglo XXI. Su obra más conocida, El mago del Kremlin (2022), una novela que explora el funcionamiento interno del poder en la Rusia actual a través de la figura de un estratega en la sombra, se ha convertido en un referente para entender las dinámicas de manipulación, propaganda y control narrativo que caracterizan a ciertos regímenes y líderes políticos. La frase que nos ocupa emerge precisamente de esta profunda inmersión en la trastienda del poder, donde se tejen las estrategias que desdibujan las fronteras entre lo aceptable y lo inaceptable.
Da Empoli no solo narra; analiza y cuestiona los mecanismos mediante los cuales las élites políticas, o en su terminología, los "depredadores", operan para moldear la realidad a su conveniencia. Su perspectiva es la de alguien que ha observado de cerca cómo se construyen y deconstruyen narrativas, cómo se instrumentalizan las emociones y cómo se difuminan las líneas rojas que antes marcaban el terreno de la decencia política. La contundencia de su aseveración no proviene de una abstracción teórica, sino de una observación empírica de las tendencias políticas globales, donde la audacia y la transgresión parecen haber desplazado a la prudencia y la ética como herramientas para alcanzar y mantener el poder.
Desgranando la metáfora: ¿quiénes son los depredadores políticos?
La expresión "depredadores políticos" es una metáfora potente que evoca una imagen de actores que actúan sin miramientos, movidos por un instinto de supervivencia y expansión, a menudo a expensas de otros o del bien común. Pero, ¿a quiénes se refiere Da Empoli exactamente con este término? No se trata de una categoría monolítica, sino de un espectro de figuras y estilos de liderazgo que comparten ciertas características fundamentales:
En primer lugar, los depredadores políticos a menudo encarnan el populismo extremo. Son líderes que, al margen de ideologías concretas, construyen su poder apelando directamente a un "pueblo" idealizado y homogéneo, en contraposición a élites o minorías "corruptas". Su modus operandi incluye la simplificación de problemas complejos, la demonización de oponentes y la promesa de soluciones mágicas. Lo que los convierte en "depredadores" en este contexto es su disposición a dinamitar consensos institucionales, a erosionar la confianza en los cuerpos intermedios (prensa, judicatura, sociedad civil) y a polarizar la sociedad con tal de consolidar su base de apoyo, sin importar el daño colateral a la cohesión social o al tejido democrático.
En segundo lugar, se encuentran aquellos que practican una política de la transgresión deliberada. Estos actores entienden que romper tabúes, decir lo impensable o actuar de manera descarada puede generar atención, movilizar a sus seguidores y desorientar a sus críticos. Lo que antes era motivo de escándalo y dimisión, ahora se convierte en una demostración de "autenticidad" o "valentía" ante lo políticamente correcto. La mentira descarada, la manipulación de datos, los ataques personales infundados o la normalización de la retórica del odio son herramientas que, en manos de estos depredadores, buscan expandir el margen de lo aceptable en el discurso público. Mi opinión personal es que este es uno de los fenómenos más preocupantes, ya que socava la misma base de la deliberación racional.
Un tercer grupo podría ser el de los líderes autoritarios o aspirantes a tales. Utilizan la crisis (real o fabricada) como pretexto para concentrar poder, restringir libertades y minar los contrapesos institucionales. La "seguridad nacional", la "emergencia económica" o la "salud pública" se convierten en justificaciones para gobernar por decreto, silenciar la disidencia o controlar la información. Su voracidad no es tanto por el recurso económico, sino por el control absoluto, y su expansión de "lo posible" radica en la redefinición de los límites de la autoridad estatal frente a los derechos individuales.
Finalmente, también podríamos incluir a aquellos que operan en las sombras, moviendo hilos a través de la corrupción sistémica y la influencia oculta. Aunque menos visibles, estos actores son igualmente depredadores al desviar recursos públicos para beneficio privado, al comprar voluntades o al torcer leyes e instituciones para servir a sus propios intereses o los de sus grupos de poder. Su "expansión de lo posible" se manifiesta en la naturalización de prácticas ilícitas o poco éticas, donde la línea entre el interés público y el privado se vuelve peligrosamente difusa.
Todos ellos, de una u otra forma, comparten una característica clave: su disposición a sacrificar principios éticos y normas democráticas en aras de la consecución o el mantenimiento del poder, redefiniendo así los parámetros de lo que la sociedad está dispuesta a tolerar. Para más información sobre el concepto de populismo, se puede consultar este artículo de Foreign Affairs Latinoamerica sobre el populismo en América Latina aquí.
La expansión del campo de lo posible: un análisis profundo
La afirmación central de Da Empoli no se refiere simplemente a que los políticos son ambiciosos –algo inherente a la naturaleza humana–, sino a un cambio cualitativo en la frontera de lo que es aceptable en el ámbito público. Es una redefinición de los límites de la decencia, la honestidad y la responsabilidad. Esta expansión se manifiesta en diversas dimensiones:
La erosión de las normas democráticas y la ética pública
Uno de los aspectos más visibles de esta expansión es la progresiva erosión de las normas no escritas que, durante décadas, sirvieron como pilares de la convivencia democrática. Estas normas, a menudo más poderosas que las leyes mismas, incluían el respeto al adversario político, la aceptación de la alternancia en el poder, la contención en el lenguaje público o la distinción entre la crítica política y el ataque personal. Los "depredadores" han aprendido a transgredirlas sistemáticamente.
Asistimos a una normalización de comportamientos que antes habrían sido impensables o que, al menos, habrían provocado un escándalo mayúsculo. La mentira descarada, el uso de la desinformación como estrategia de gobierno, la relativización de los hechos, la manipulación de estadísticas o la falta de escrúpulos al atacar la reputación de instituciones o individuos son ahora prácticas frecuentes. La llamada "era de la post-verdad" es, en esencia, una manifestación de esta expansión de lo posible, donde la veracidad de una afirmación parece importar menos que su capacidad para movilizar emociones o consolidar lealtades.
En mi opinión, uno de los indicadores más alarmantes de esta erosión es la creciente desvergüenza política. Antaño, un político implicado en un escándalo de corrupción o sorprendido en una flagrante contradicción solía sentir la necesidad de ofrecer explicaciones, disculparse o incluso dimitir. Hoy, no es raro que tales situaciones sean recibidas con una indiferencia calculada, una negación rotunda o incluso un contraataque agresivo hacia quienes denuncian. La pérdida de la vergüenza, el desprecio por la rendición de cuentas, permite que los límites de lo aceptable se estiren hasta puntos antes inimaginables, legitimando una impunidad tácita. Para profundizar en cómo la post-verdad afecta la política, un recurso interesante es este artículo de El País sobre la política en la era de la posverdad aquí.
La manipulación de la percepción y el control narrativo
Otra faceta crucial de esta expansión es el dominio de las técnicas de manipulación de la percepción pública y el control narrativo. Los depredadores políticos han entendido que el poder ya no reside solo en el control de las instituciones, sino en la capacidad de definir la realidad, de crear un "marco" interpretativo que moldea la opinión pública. Las redes sociales y las nuevas tecnologías de la información han sido herramientas fundamentales en este proceso.
A través de la propaganda sofisticada, la creación de cámaras de eco, la amplificación de rumores o la orquestación de campañas de desinformación, estos actores logran construir "realidades alternativas" que se ajustan a sus intereses. Se busca no solo persuadir, sino también confundir, agotar al ciudadano con un diluvio de información contradictoria y, en última instancia, socavar la confianza en cualquier fuente de información que no provenga de la esfera del líder. La polarización social, la fragmentación de la sociedad en grupos con visiones irreconciliables del mundo, es una consecuencia directa de esta estrategia. Cuando cada grupo vive en su propia burbuja informativa, la posibilidad de un debate racional y constructivo se vuelve casi nula, y los depredadores prosperan en este caos.
El uso estratégico de la crisis y la excepcionalidad
Los depredadores políticos son maestros en el arte de aprovechar las crisis –económicas, sanitarias, de seguridad, migratorias– para expandir su campo de acción. La crisis se presenta como una oportunidad para justificar medidas extraordinarias, la concentración de poder y la suspensión de garantías democráticas en nombre de una supuesta "urgencia" o "salvación nacional".
En momentos de incertidumbre y miedo, la ciudadanía tiende a buscar líderes fuertes que ofrezcan soluciones rápidas y contundentes. Es en este contexto donde los depredadores pueden presentarse como los únicos capaces de manejar la situación, descalificando a la oposición como débil o traidora. Lo que antes sería una extralimitación del poder ejecutivo, ahora se percibe como una necesidad imperiosa. La pandemia de COVID-19, por ejemplo, ofreció a muchos gobiernos la oportunidad de implementar medidas de control que, en otras circunstancias, habrían sido impensables, y algunos líderes no dudaron en extenderlas más allá de lo necesario, o en utilizarlas para fines políticos. La línea entre la gestión legítima de una emergencia y el abuso de poder se vuelve extremadamente delgada.
Consecuencias de esta expansión para la sociedad y la democracia
Las implicaciones de que "los depredadores políticos hayan expandido el campo de lo posible" son profundas y multifacéticas, afectando la esencia misma de nuestras democracias y la calidad de nuestra convivencia.
Una de las consecuencias más directas es la desafección ciudadana y el cinismo. Cuando los líderes políticos mienten sin pudor, rompen promesas de forma sistemática y operan con total impunidad, la confianza en las instituciones y en la política misma se desmorona. Los ciudadanos pueden llegar a creer que todos los políticos son iguales, que la política es un juego sucio y que su participación carece de sentido. Este cinismo, a su vez, puede llevar a la abstención electoral, a la apatía y, en última instancia, a dejar el campo libre para que los depredadores actúen con aún menos resistencia.
Asimismo, se produce un debilitamiento estructural de las instituciones democráticas. Cuando los depredadores atacan sistemáticamente a la judicatura, a la prensa independiente, a las autoridades electorales o a los órganos de control, buscan despojarlos de su legitimidad y capacidad para actuar como contrapesos. Si estas instituciones pierden credibilidad y autoridad, la democracia se queda sin sus guardianes, abriendo la puerta a derivas autoritarias. Un análisis más detallado sobre la salud de la democracia se puede encontrar en este informe sobre la democracia global aquí.
Los riesgos para los derechos y libertades individuales también se incrementan. La expansión de lo posible a menudo implica una contracción de los derechos de las minorías, de la libertad de expresión o del derecho a la protesta. Lo que antes era un derecho inalienable, puede ser redefinido como una amenaza al "orden" o a la "unidad nacional", justificando su restricción o supresión.
Finalmente, la dificultad para distinguir la verdad de la falsedad se convierte en un problema endémico. En un entorno donde la desinformación es una estrategia y los hechos son maleables, la capacidad de los ciudadanos para tomar decisiones informadas se ve seriamente comprometida. Esto no solo afecta la política, sino todos los ámbitos de la vida social, desde la salud hasta la ciencia.
Considero que la urgencia de fortalecer la educación cívica y el pensamiento crítico nunca ha sido tan grande. Sin ciudadanos capaces de analizar la información, de cuestionar las narrativas dominantes y de defender los valores democráticos, el campo expandido de lo posible para los depredadores se volverá la norma, con consecuencias impredecibles para el futuro.
Reflexiones finales: ¿cómo contener a los depredadores y redefinir los límites?
La sombría imagen que pinta Giuliano Da Empoli no debe llevarnos a la desesperanza, sino a la acción consciente y reflexiva. Contener a los "depredadores políticos" y redefinir los límites de lo que es aceptable en la política no es tarea fácil, pero es una responsabilidad colectiva de toda sociedad que aspire a mantener y fortalecer sus valores democráticos.
En primer lugar, es fundamental el papel de la ciudadanía activa y crítica. Esto implica no solo votar, sino también participar en el debate público, informarse a través de diversas fuentes, cuestionar las narrativas simplistas y exigir rendición de cuentas a nuestros representantes. La indiferencia es el mejor aliado de los depredadores. La movilización social, cuando está bien informada y es pacífica, sigue siendo una herramienta poderosa para recordar a los poderes que existen límites a su acción.
En segundo lugar, la importancia de medios de comunicación independientes y plurales es más crucial que nunca. Una prensa libre, capaz de investigar, denunciar y ofrecer análisis profundos, es el contrapoder por excelencia frente a la manipulación. Apoyar el periodismo de calidad, combatir las noticias falsas y fomentar la alfabetización mediática son pasos esenciales. Para entender el papel de los medios, recomiendo la lectura de este artículo sobre los medios y la democracia aquí.
En tercer lugar, el fortalecimiento de la sociedad civil y las instituciones democráticas es imperativo. Las organizaciones no gubernamentales, los grupos de defensa de derechos humanos, los sindicatos, las universidades y los think tanks tienen un papel vital en la vigilancia del poder y en la promoción de alternativas. Además, las instituciones como el poder judicial, los órganos electorales y los defensores del pueblo deben ser protegidas de injerencias políticas y dotadas de los recursos necesarios para cumplir su función de contrapeso.
Finalmente, la educación como pilar fundamental para el futuro. Invertir en una educación que fomente el pensamiento crítico, la ética cívica, el respeto a la diversidad y la comprensión de los mecanismos democráticos es la mejor vacuna contra la demagogia y la manipulación. Es a través de la formación de ciudadanos conscientes y responsables que podemos esperar revertir la expansión de lo posible y restaurar un marco de valores que priorice el bien común sobre los intereses particulares de unos pocos. No es una solución a corto plazo, pero es la única sostenible.
Giuliano Da Empoli nos ha puesto ante un espejo, mostrando una realidad incómoda. Depende de nosotros, como sociedad, decidir si permitimos que esa imagen se convierta en nuestro futuro o si, por el contrario, nos comprometemos a reconstruir y defender los pilares de una política más ética, más justa y verdaderamente al servicio de la ciudadanía. La lucha por redefinir los límites de lo posible político es, en esencia, la lucha por el alma de la democracia.
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