El pionero de la cirugía moderna hoy sería considerado un peligro: Robert Liston, "el cuchillo más rápido de Londres"

Imaginemos por un momento la escena: un quirófano de mediados del siglo XIX. No hay guantes estériles, ni mascarillas, ni la pulcritud que hoy damos por sentada. El aire está cargado de tensión y, a menudo, de un olor acre. Sobre una mesa, un paciente grita, forcejea, atado por varios asistentes mientras se prepara para lo que, en el mejor de los casos, será una brutal amputación. En medio de este caos primitivo, un hombre imponente, de casi dos metros de altura y un temperamento tan afilado como sus bisturíes, se prepara para actuar. Su nombre es Robert Liston, conocido en los círculos médicos de Londres como "el cuchillo más rápido de la ciudad". Era un cirujano venerado en su época por su velocidad y habilidad, considerado un faro de progreso en un campo plagado de sufrimiento y muerte. Sin embargo, si Liston resucitara hoy y aplicara sus métodos, no solo perdería su licencia, sino que probablemente enfrentaría cargos penales. Este contraste abismal entre la gloria del pasado y la condena del presente nos invita a explorar la figura de Liston, sus contribuciones, sus limitaciones y cómo su legado nos ayuda a comprender la asombrosa evolución de la medicina.

La medicina antes de Liston: Un terreno de sufrimiento y riesgo

El pionero de la cirugía moderna hoy sería considerado un peligro: Robert Liston,

Para entender a Robert Liston, primero debemos contextualizar la cirugía de principios del siglo XIX. Era una profesión brutal, definida por tres grandes ausencias: la anestesia, la asepsia y los antibióticos. Cada intervención era una carrera contra el tiempo, no solo por la evidente tortura del paciente consciente, sino también por el riesgo de shock traumático y la hemorragia. La velocidad era, por tanto, la virtud cardinal de un buen cirujano. Un operador lento era sinónimo de un paciente sufriendo más tiempo, con mayores probabilidades de desangrarse o sucumbir al dolor. No existía el concepto moderno de la infección por gérmenes; las salas de operaciones eran lugares donde la suciedad y la sangre eran parte del paisaje cotidiano, y los cirujanos se enorgullecían de sus batas manchadas como insignias de su experiencia. Las herramientas se reutilizaban sin una esterilización adecuada, y las manos del cirujano, a menudo, pasaban de un paciente a otro sin lavarse. No es de extrañar que la mortalidad postoperatoria fuera espantosamente alta, a menudo superando el 50% en amputaciones importantes. Los pacientes no morían por la cirugía en sí, sino por la sepsis que inevitablemente seguía. Era un escenario donde el coraje del paciente era tan crucial como la destreza del médico, y la esperanza se mezclaba con una dosis muy real de fatalismo.

Robert Liston: El hombre detrás del mito del "cuchillo rápido"

Robert Liston (1794-1847) era una figura imponente en todos los sentidos. Originario de Escocia, su formación médica en Edimburgo lo dotó de una sólida base anatómica, pero su personalidad temperamental y su convicción en sus propias habilidades lo distinguieron. Era conocido por su franqueza, su impaciencia con la incompetencia y una voz atronadora que usaba para regañar a sus estudiantes y asistentes. Su reputación se forjó en los quirófanos donde, con una precisión casi coreográfica, realizaba amputaciones en cuestión de segundos. Se decía que podía amputar una pierna en menos de 30 segundos, y un brazo en aún menos tiempo. Este nivel de destreza no era un mero alarde; era una necesidad vital. Reducir el tiempo de exposición al trauma significaba una menor pérdida de sangre y, en teoría, un menor shock para el paciente. Liston no solo era rápido, sino también excepcionalmente hábil con el bisturí, logrando cortes limpios y eficientes que minimizaban el daño a los tejidos circundantes. Su confianza era tal que a menudo se dirigía a los espectadores o a sus estudiantes mientras operaba, haciendo comentarios sobre la técnica o la patología, sin que su mano vacilara un instante. Sin duda, un personaje de leyenda, cuya aura desafiaba la crudeza de su entorno.

La velocidad como virtud y la técnica como arte

La celeridad de Liston no era imprudencia, sino el resultado de una práctica intensa y una comprensión profunda de la anatomía. Antes de cada operación, planificaba meticulosamente cada movimiento. Sus instrumentos, aunque rudimentarios para los estándares actuales, eran de la mejor calidad disponible y siempre estaban afilados. Su enfoque estaba en un corte único, preciso y rápido, evitando múltiples incisiones que aumentarían el dolor y el riesgo de hemorragia. Por ejemplo, en una amputación de pierna, Liston empleaba un procedimiento que se resumía en apenas unos pocos pasos: incisión circular a través de la piel, rápida retracción de la piel, corte muscular y aserrado del hueso, todo en un abrir y cerrar de ojos. El objetivo era separar la extremidad del cuerpo del paciente con la menor dilación posible. Esta obsesión por la eficiencia, si bien hoy nos parecería aterradora en su prisa, era su manera de mitigar el sufrimiento inefable de sus pacientes. No se trataba de bravuconería, sino de una respuesta pragmática a un problema terrible.

La incipiente lucha por la higiene: Un paso adelante

Aunque Liston precedió a Joseph Lister y la teoría de los gérmenes por varias décadas, mostró una conciencia rudimentaria sobre la importancia de la limpieza. Era conocido por insistir en que sus instrumentos estuvieran limpios y afilados, y que sus salas de operaciones, dentro de lo posible, estuvieran ordenadas. Esta no era una convicción basada en la microbiología (campo aún desconocido), sino en la observación empírica: los pacientes de entornos más limpios parecían recuperarse mejor. Liston, a diferencia de muchos de sus contemporáneos, no usaba sus dedos para probar el pus de las heridas de sus pacientes, ni limpiaba sus instrumentos con la tierra del suelo. Estas prácticas, aunque hoy nos parezcan el mínimo indispensable, eran revolucionarias para su tiempo y demuestran un instinto pionero hacia lo que más tarde se convertiría en la asepsia. La biografía de Liston en la Wellcome Collection detalla cómo su insistencia en la "limpieza" —aunque no la esterilización— lo diferenciaba de otros cirujanos de la época, que a menudo realizaban operaciones en condiciones de higiene deplorables.

Un punto de inflexión: La anestesia

Quizás la contribución más significativa de Liston al avance de la cirugía, aunque ocurrió en los últimos años de su vida, fue su adopción temprana de la anestesia con éter. El 21 de diciembre de 1846, en el University College Hospital de Londres, Robert Liston realizó la primera operación en Europa utilizando anestesia general con éter, administrada por su asistente Peter Squire. La operación fue la amputación de una pierna de Frederick Churchill, un mayordomo, y fue un éxito rotundo. Se dice que Liston se dirigió a la audiencia con las palabras: "Esto tiene este yanqui", refiriéndose a los médicos estadounidenses que habían popularizado la técnica, "más allá de la farsa". Este evento marcó un antes y un después. La anestesia transformó la cirugía de un acto de carnicería veloz en un procedimiento donde la precisión podía tomar el control. Permitió a los cirujanos trabajar con mayor calma y atención al detalle, sentando las bases para técnicas más complejas y refinadas. Es irónico que el "cuchillo más rápido" fuera también uno de los primeros en abrazar una innovación que, en teoría, hacía su velocidad menos crítica, pero que, en la práctica, le permitía operar con una humanidad y eficacia nunca antes vistas. El artículo "Robert Liston and the First Public Use of Ether Anesthesia in Europe" profundiza en este hito histórico.

El peligro desde la perspectiva moderna: La sombra de la mortalidad

Hoy, las prácticas de Liston serían impensables. No es solo la falta de anestesia lo que nos horroriza, sino la ausencia de un ambiente estéril. Un quirófano moderno es un santuario de la asepsia, donde cada instrumento se esteriliza a altas temperaturas, el personal se lava meticulosamente las manos con antisépticos, usa batas y guantes estériles, y el aire mismo se filtra. La comprensión de la teoría de los gérmenes, popularizada por Louis Pasteur y Joseph Lister, transformó la medicina, revelando que las "miasmas" o "malos aires" no eran la causa de las enfermedades, sino microorganismos invisibles. Sin estas precauciones, la probabilidad de que una herida quirúrgica se infectara era casi del 100%. Liston, a pesar de su habilidad, estaba operando en un campo de batalla invisible contra bacterias que ni él ni sus contemporáneos podían comprender. Su reputación se forjó en la velocidad para minimizar el dolor, no para prevenir la infección, y eso es una distinción crucial.

Mortalidad y sufrimiento sin parangón

Incluso con la rapidez de Liston, las tasas de mortalidad postoperatoria seguían siendo altísimas. Las amputaciones, incluso las realizadas por los más hábiles, conllevaban un riesgo sustancial de muerte por gangrena, sepsis o shock. Mi opinión es que debemos recordar que, a pesar de su heroísmo percibido, la cirugía de la época era una medida de último recurso, a menudo con un pronóstico sombrío. El paciente, después de sobrevivir al dolor inimaginable de la operación, enfrentaba una recuperación lenta y agónica, plagada de fiebre, supuración y el constante temor a la muerte. Los relatos de pacientes que describen el sonido del sierra cortando hueso mientras estaban plenamente conscientes son escalofriantes. Estas experiencias nos recuerdan la inmensa deuda que tenemos con la investigación y el desarrollo médico de los últimos dos siglos. Un estudio sobre la mortalidad en la cirugía pre-antiséptica ilustra la severidad de este problema.

Diagnóstico y ética actuales: Una brecha infranqueable

La medicina moderna es una disciplina compleja que prioriza el diagnóstico preciso antes de cualquier intervención. Las técnicas de imagen (rayos X, resonancia magnética, tomografía computarizada), los análisis de laboratorio y las consultas multidisciplinares son herramientas esenciales. La ética médica exige el consentimiento informado del paciente, una explicación detallada de los riesgos y beneficios, y un plan de cuidados postoperatorios riguroso. Liston, operando en la era pre-diagnóstica, se basaba en gran medida en su vista y tacto, y en un conocimiento anatómico empírico. El concepto de "consentimiento informado" era prácticamente inexistente; los pacientes, en su desesperación, simplemente confiaban en que el cirujano hiciera lo que considerara mejor. La falta de estos pilares modernos hace que sus prácticas sean, desde nuestra óptica, no solo peligrosas, sino éticamente cuestionables. Es un recordatorio de que la ciencia no solo avanza en tecnología, sino también en su comprensión de la dignidad y autonomía del paciente.

La leyenda del "hat-trick": La anécdota más oscura

Quizás la anécdota más famosa y macabra asociada a Robert Liston, aunque posiblemente apócrifa o muy exagerada, es la del "hat-trick quirúrgico". Se cuenta que, en una de sus frenéticas amputaciones de pierna, Liston operó con tal rapidez que, además de la pierna del paciente, amputó accidentalmente los testículos del asistente, y, en su prisa, rebanó la cola de un perro que se había colado en la sala. El paciente, el asistente y el perro (¡o quizás solo los dos humanos!) murieron posteriormente de gangrena. Esta historia, aunque probablemente una fábula, sirve para ilustrar los extremos peligros de la cirugía de la época y la reputación de Liston por su velocidad, que en ocasiones podía rayar en la imprudencia. Es una poderosa metáfora de la era quirúrgica antes de la asepsia y la anestesia, donde el heroísmo y la tragedia estaban a menudo entrelazados. Un relato que contextualiza esta leyenda ofrece una visión más matizada de la misma.

El legado ambiguo de un gigante

A pesar de lo espantoso que nos parecen sus métodos hoy, Robert Liston fue, sin lugar a dudas, un gigante en la historia de la medicina. Fue un cirujano excepcionalmente dotado para su tiempo, que elevó el estándar de la práctica quirúrgica con su énfasis en la velocidad, la técnica precisa y una forma incipiente de higiene. Mi punto de vista es que fue un eslabón crucial en la cadena de la evolución médica, un puente entre la carnicería primitiva y la cirugía científica. Sus innovaciones, especialmente su adopción temprana de la anestesia, abrieron la puerta a una nueva era. Sin la valentía y el pragmatismo de hombres como Liston, la cirugía no habría avanzado al ritmo que lo hizo. Él demostró que la habilidad quirúrgica era una ciencia y un arte que podía ser perfeccionado, sentando las bases para las innovaciones de Lister y sus sucesores. History Extra ofrece un buen resumen de su impacto.

Reflexión final: La deuda con el pasado y el avance incesante

La historia de Robert Liston es un poderoso recordatorio de que el progreso médico rara vez es lineal. Los héroes de una época pueden ser vistos como figuras aterradoras en otra, simplemente porque la luz del conocimiento ha avanzado. Liston operaba en la oscuridad de la ignorancia sobre los gérmenes, el dolor y la inflamación, pero lo hacía con la mejor ciencia y las mejores herramientas disponibles. Su velocidad era una forma de compasión, su limpieza un instinto pionero. Hoy, celebramos la cirugía como una maravilla de la ciencia y la tecnología, capaz de realizar trasplantes complejos, microcirugías delicadas y reconstrucciones asombrosas. Estos logros son posibles gracias a la visión de figuras como Liston, quienes, con sus manos desnudas y sus bisturíes afilados, se atrevieron a enfrentar el dolor y la muerte en una era de limitaciones inimaginables. Al mirar hacia atrás, no debemos juzgar a Liston con los ojos del presente, sino reconocer su valentía, su habilidad y su papel indispensable en el largo y tortuoso camino que ha llevado a la cirugía moderna a ser la disciplina segura y efectiva que conocemos hoy.

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