A la generación Z le cuesta horrores encontrar trabajo y Goldman Sachs alerta de un "crecimiento sin empleo"

El horizonte laboral se presenta cada vez más incierto para una de las cohortes demográficas más esperanzadoras y, a la vez, incomprendidas: la generación Z. Jóvenes que, nacidos entre finales de los 90 y principios de los 2010, han crecido en un mundo hiperconectado, digital y en constante cambio, se encuentran ahora con un mercado de trabajo que parece rechazar sus talentos y aspiraciones. La frustración es palpable, la ansiedad creciente y el futuro laboral se tiñe de tonos grises. Pero la situación podría ser aún más compleja de lo que a simple vista parece, y no solo para esta generación, sino para la economía global en su conjunto. Desde los imponentes despachos de Goldman Sachs, una advertencia resuena con fuerza: nos dirigimos hacia un "crecimiento sin empleo", un paradigma económico donde la producción y la riqueza aumentan, pero no necesariamente se traducen en nuevas oportunidades de trabajo. Esta situación, de materializarse en su forma más severa, plantea un desafío monumental para la sociedad, los gobiernos, las empresas y, muy especialmente, para una generación que aspira a labrarse un futuro digno en un mundo que les promete mucho, pero les ofrece, por ahora, muy poco en el ámbito profesional.

El panorama actual: la dura realidad de la generación Z en el mercado laboral

A la generación Z le cuesta horrores encontrar trabajo y Goldman Sachs alerta de un

La generación Z, a menudo caracterizada por su familiaridad innata con la tecnología digital, su conciencia social y su deseo de propósito en el trabajo, está descubriendo que estas cualidades, por sí solas, no abren las puertas del mercado laboral con la facilidad que se les prometió. En muchos países, las tasas de desempleo juvenil superan con creces las de otras franjas de edad, y aquellos que logran insertarse lo hacen a menudo en condiciones precarias, con contratos temporales, salarios bajos o en puestos que no se corresponden con su nivel de formación. La sobrecualificación se ha convertido en una triste constante, donde graduados universitarios compiten por trabajos que históricamente no requerían estudios superiores. La falta de experiencia es un muro infranqueable para muchos, atrapados en la paradoja de necesitar experiencia para conseguir un trabajo, pero no poder conseguirla sin él.

Además, esta generación ha madurado profesionalmente en un entorno de crisis consecutivas. La crisis financiera de 2008, aunque no les afectó directamente en su inicio de vida laboral, sí moldeó el panorama económico que heredaron. Y la pandemia de COVID-19, sin duda, representó un golpe brutal para muchos que buscaban su primera oportunidad o que estaban en los inicios de su carrera, cerrando puertas y ralentizando la recuperación de ciertos sectores. No es raro escuchar testimonios de jóvenes con currículums impecables y múltiples títulos que envían cientos de solicitudes sin obtener siquiera una entrevista. La sensación de desesperanza y la frustración ante la inactividad son sentimientos compartidos, afectando no solo su estabilidad económica, sino también su salud mental. Es una realidad dura y, en mi opinión, profundamente injusta para una generación que ha invertido tanto en su formación y que se enfrenta a un escenario económico global de una complejidad sin precedentes.

La advertencia de Goldman Sachs: ¿qué significa "crecimiento sin empleo"?

La noción de "crecimiento sin empleo" (o "jobless growth", en su término anglosajón original) no es del todo nueva en la teoría económica, pero su reciente mención por parte de instituciones tan influyentes como Goldman Sachs le otorga una renovada y alarmante relevancia. Básicamente, se refiere a un escenario macroeconómico donde el producto interno bruto (PIB) de un país aumenta, indicando una expansión económica general, pero este crecimiento no se traduce en un aumento significativo, o incluso en una disminución, de las oportunidades de empleo. ¿Cómo es esto posible? Principalmente a través de la automatización avanzada, la digitalización y la inteligencia artificial (IA).

En este modelo, las empresas logran una mayor eficiencia y productividad mediante la inversión en tecnologías que reemplazan la mano de obra humana. Una fábrica puede producir más bienes con menos trabajadores gracias a robots y sistemas automatizados. Una empresa de servicios puede gestionar más clientes con menos personal a través de algoritmos de IA y chatbots. La optimización de procesos, la externalización a regiones con menores costes laborales y la consolidación de industrias también contribuyen a este fenómeno. Si bien estas innovaciones pueden impulsar la competitividad de las empresas y generar beneficios para los inversores, también pueden dejar a una gran parte de la fuerza laboral desplazada o sin las habilidades adecuadas para los nuevos puestos de trabajo que, ocasionalmente, surgen. Los informes de Goldman Sachs y otras firmas de análisis económico sugieren que esta tendencia no es una anomalía pasajera, sino una transformación estructural del mercado laboral global, con profundas implicaciones para el futuro del trabajo y la distribución de la riqueza. Es un concepto que debería ponernos a pensar seriamente sobre el modelo de desarrollo que estamos persiguiendo.

Factores que agudizan la problemática para la generación Z

La brecha entre habilidades y demanda

Uno de los factores más críticos que contribuyen a la dificultad de la generación Z para encontrar trabajo es la creciente brecha entre las habilidades que poseen y las que demanda el mercado laboral actual. A menudo, el sistema educativo, especialmente en la educación superior, no ha logrado adaptarse con suficiente rapidez a los vertiginosos cambios tecnológicos y económicos. Los jóvenes se gradúan con conocimientos teóricos sólidos en sus campos, pero a menudo carecen de las habilidades prácticas, interpersonales y de adaptación que las empresas realmente valoran. Habilidades como el pensamiento crítico, la resolución de problemas complejos, la creatividad, la inteligencia emocional y la capacidad de trabajar en entornos multidisciplinares (conocidas como "soft skills" o habilidades blandas) son cada vez más demandadas, pero no siempre se enfatizan lo suficiente en los currículos académicos.

Además, la velocidad a la que evolucionan las herramientas y tecnologías específicas de cada sector significa que lo aprendido hace unos años en la universidad puede quedar obsoleto rápidamente. Esto exige una mentalidad de aprendizaje continuo, de reciclaje profesional constante, algo que, aunque la Gen Z está más predispuesta a ello por su naturaleza digital, choca con la falta de recursos o de oportunidades de formación accesible. La inversión en programas de formación profesional y en la reorientación de la educación hacia competencias más pertinentes es, en mi humilde opinión, una necesidad urgente.

La digitalización y la inteligencia artificial como doble filo

La digitalización y el auge imparable de la inteligencia artificial representan un arma de doble filo para el mercado laboral de la generación Z. Por un lado, estas tecnologías son la base de nuevas industrias, servicios y modelos de negocio, creando roles que antes no existían y que requieren talentos muy específicos, a menudo ligados a la programación, el análisis de datos, la ciberseguridad o el desarrollo de IA. La generación Z, como nativos digitales, está potencialmente mejor equipada para ocupar estos puestos de vanguardia.

Sin embargo, el otro filo de esta espada es mucho más afilado para la mayoría. La IA no solo crea empleos, sino que también automatiza y, en muchos casos, elimina tareas repetitivas, rutinarias y basadas en reglas, incluso aquellas que requieren cierto nivel de educación. Sectores como el financiero, el legal, el administrativo, el manufacturero y el de atención al cliente ya están experimentando transformaciones significativas. El Fondo Monetario Internacional ha señalado repetidamente el potencial de la IA para perturbar el mercado laboral, impactando tanto a trabajos de baja como de media cualificación. Esto deja a muchos jóvenes con la incertidumbre de si las habilidades que están adquiriendo hoy serán relevantes mañana. La adaptación a esta nueva realidad no es una opción, es una obligación.

Las expectativas vs. la realidad del mercado

La generación Z llega al mercado laboral con un conjunto de expectativas muy particular, a menudo moldeadas por el acceso constante a la información y a modelos de éxito digital. Buscan un propósito en su trabajo, valoran la flexibilidad, demandan entornos inclusivos y una cultura empresarial que se alinee con sus valores éticos y sociales. Aspiran a un buen equilibrio entre vida laboral y personal, y a la posibilidad de un crecimiento rápido y significativo. Estas aspiraciones, aunque legítimas y en muchos casos muy deseables, chocan frontalmente con una realidad laboral a menudo más rígida, jerárquica, orientada a la productividad y con oportunidades de ascenso más lentas de lo que esperan.

La discrepancia entre lo que los jóvenes desean y lo que el mercado ofrece puede generar frustración, desilusión y una menor satisfacción laboral. Esto no solo afecta al bienestar individual, sino que también puede contribuir a una mayor rotación de personal en las empresas y a una percepción de inestabilidad que retroalimenta la precariedad. Es una tensión constante que las empresas deben aprender a gestionar si quieren atraer y retener al talento joven, pero que los jóvenes también deben aprender a navegar con realismo y flexibilidad. El mercado no siempre se ajusta a nuestros deseos.

El legado de crisis anteriores

No se puede entender la situación actual de la generación Z sin considerar el impacto duradero de las crisis económicas precedentes. La recesión de 2008, aunque golpeó a sus predecesores, dejó cicatrices profundas en la estructura del empleo, fomentando la precariedad y la temporalidad como mecanismos de ajuste para las empresas. Muchas de las políticas de austeridad que le siguieron limitaron la inversión pública en áreas cruciales como la educación y la formación, afectando a la calidad y pertinencia de la preparación de los jóvenes. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha documentado cómo las crisis afectan desproporcionadamente a los jóvenes, quienes son los primeros en sufrir los recortes y los últimos en beneficiarse de las recuperaciones.

Más recientemente, la pandemia de COVID-19 aceleró muchas de las tendencias que ya estaban en marcha, como la digitalización y el trabajo remoto, pero también causó una interrupción masiva en muchos sectores. Los programas de prácticas se suspendieron, las contrataciones se congelaron y muchos jóvenes vieron su ingreso al mercado laboral pospuesto o dificultado. Estas crisis no solo han configurado un mercado laboral más volátil y competitivo, sino que también han generado una profunda desconfianza en las instituciones y en la estabilidad del sistema económico entre la generación Z, algo que es totalmente comprensible.

Consecuencias a largo plazo y el impacto social

Las dificultades laborales de la generación Z y la amenaza de un crecimiento sin empleo tienen repercusiones que van mucho más allá de la frustración individual. A largo plazo, estas tendencias pueden tener un impacto social y económico devastador. La inestabilidad laboral crónica puede llevar a un retraso significativo en hitos vitales como la emancipación del hogar familiar, la formación de una familia o la adquisición de vivienda, lo que a su vez afecta a la natalidad y a la estructura demográfica de los países. La incapacidad de acumular riqueza y experiencia laboral de forma temprana puede generar una "generación perdida" en términos de pensiones y seguridad social futura, cargando aún más los sistemas de bienestar.

En el ámbito de la salud mental, la precariedad y la falta de oportunidades son caldo de cultivo para la ansiedad, la depresión y el estrés. El sentimiento de no ser valorado o de no poder contribuir a la sociedad puede ser devastador. A nivel social, el aumento de la desigualdad y la polarización económica son riesgos latentes. Una gran masa de jóvenes cualificados, pero desempleados o subempleados, puede convertirse en una fuente de descontento social, de movimientos de protesta y de una mayor inestabilidad política. Es crucial que como sociedad reconozcamos la gravedad de estas consecuencias y actuemos con determinación para mitigarlas. La OIT subraya la importancia de abordar el desempleo juvenil no solo como un problema económico, sino también social.

¿Qué se puede hacer? Estrategias y posibles soluciones

Rol de los gobiernos y las instituciones educativas

Ante este panorama, la inacción no es una opción. Los gobiernos y las instituciones educativas tienen un papel fundamental. Es imperativo reformar los sistemas educativos para que estén más alineados con las necesidades del mercado laboral actual y futuro. Esto implica potenciar las habilidades STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), pero también las habilidades blandas, el pensamiento crítico y la creatividad. Fomentar la educación continua y el aprendizaje a lo largo de toda la vida es esencial. Los gobiernos deben invertir en políticas activas de empleo, programas de formación y reconversión profesional, especialmente aquellos dirigidos a sectores emergentes. La promoción del emprendimiento juvenil, la facilitación de acceso a la financiación y la reducción de barreras burocráticas pueden estimular la creación de autoempleo y nuevas empresas. Además, la inversión pública en I+D+i (investigación, desarrollo e innovación) puede generar un efecto tractor en la economía, creando nuevos nichos de mercado y, con suerte, nuevos empleos. La Unión Europea, por ejemplo, ha lanzado varias iniciativas para abordar el desempleo juvenil y mejorar la adecuación de las habilidades.

Adaptación y proactividad de la generación Z

Si bien gran parte de la responsabilidad recae en las instituciones, la generación Z también debe adoptar una postura proactiva y adaptarse a un entorno cambiante. Esto implica desarrollar una mentalidad de aprendizaje continuo, buscando activamente nuevas habilidades y conocimientos que sean demandados. La especialización en nichos de mercado con alta demanda y baja oferta puede ser una estrategia efectiva. Las habilidades blandas, la resiliencia ante la adversidad y la capacidad de adaptarse rápidamente a nuevos entornos de trabajo serán más valiosas que nunca. El networking, tanto en línea como en persona, es crucial para descubrir oportunidades y construir una marca personal sólida. Considerar opciones como el autoempleo, el freelancing o la economía gig puede ofrecer una vía para ganar experiencia y generar ingresos, incluso si no son las trayectorias tradicionales. Es duro, pero la capacidad de reinventarse será una ventaja competitiva. Forbes ha publicado guías para la Gen Z sobre cómo navegar este complejo mercado.

Responsabilidad de las empresas

Las empresas, por su parte, no pueden ser meros observadores. Tienen la responsabilidad de invertir en la formación y el desarrollo de sus empleados, incluyendo a los más jóvenes, para asegurar que sus habilidades se mantengan relevantes. Crear programas de mentoring y aprendizaje en el puesto de trabajo puede ser invaluable. Fomentar una cultura empresarial que valore la diversidad, la inclusión y que ofrezca un buen equilibrio entre vida laboral y personal no solo atraerá talento joven, sino que también mejorará la retención y la productividad. Deben estar abiertas a flexibilizar sus estructuras y a reconocer el valor de las perspectivas frescas y la fluidez digital que la generación Z aporta. Al final, las empresas que se adapten mejor a las nuevas realidades del talento serán las que prosperen en este nuevo panorama económico. No se trata solo de contratar, sino de nutrir y retener.

La situación de la generación Z en el mercado laboral es un reflejo de los profundos cambios estructurales que está experimentando la economía global, exacerbados por la advertencia de un "crecimiento sin empleo". No es un problema de una sola generación, sino un desafío sistémico que requiere una respuesta coordinada y multifacética de gobiernos, instituciones educativas, empresas y, por supuesto, de los propios jóvenes. El futuro del trabajo es incierto, pero no inmutable. Con voluntad política, innovación educativa, adaptabilidad empresarial y la resiliencia de la generación Z, es posible trazar un camino hacia un futuro donde el crecimiento económico no deje a nadie atrás, y donde el talento y el potencial de esta generación puedan florecer plenamente. La alternativa es un escenario de creciente desigualdad y frustración que nadie desea.

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