Ni OpenAI ni Google o Meta, a ninguna de las grandes empresas de la IA les preocupa las consecuencias de una superinteligencia fuera de control

En el vertiginoso mundo de la inteligencia artificial, donde cada semana parece traer consigo un nuevo hito tecnológico, la conversación pública a menudo se centra en las capacidades asombrosas de estas máquinas: la generación de texto indistinguible del humano, la creación de imágenes fotorrealistas o la predicción de estructuras proteicas complejas. Sin embargo, bajo la superficie de esta euforia innovadora, yace una preocupación que, para muchos expertos y observadores, no está recibiendo la atención adecuada de quienes realmente tienen el poder de moldear el futuro: las grandes corporaciones de la IA. La premisa es audaz, incluso provocadora: ni OpenAI, ni Google, ni Meta, ni ninguna de las potencias tecnológicas que lideran esta carrera, parecen tomarse en serio la posibilidad de que una superinteligencia artificial (IA) descontrolada pueda tener consecuencias catastróficas para la humanidad. Es un tema que oscila entre la ciencia ficción distópica y una preocupación genuina planteada por algunos de los pensadores más lúcidos de nuestro tiempo, y cuya aparente indiferencia por parte de los titanes tecnológicos es, cuando menos, desconcertante.

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La sombría advertencia de Daniel Kokotajlo: Un 70% de riesgo de catástrofe por la IA

En un mundo cada vez más fascinado y dependiente de los avances de la inteligencia artificial, una voz disonante y autorizada emerge con una predicción que sacude los cimientos de nuestro optimismo. Daniel Kokotajlo, quien hasta hace poco formaba parte del equipo de seguridad y alineación de OpenAI, la compañía pionera detrás de ChatGPT, ha lanzado una advertencia escalofriante: estima en un 70% la probabilidad de que la IA cause una catástrofe global. Esta cifra, proveniente de un experto que ha estado en el epicentro del desarrollo de IA de vanguardia, no puede ser ignorada. No estamos hablando de un futurólogo lejano, sino de alguien que ha trabajado íntimamente con los sistemas que están moldeando nuestro futuro. Su partida de OpenAI, precisamente por desacuerdos sobre la prioridad de la seguridad a largo plazo frente a la rápida comercialización, añade un peso considerable a sus palabras, transformándolas de una mera especulación a una preocupación legítima y urgente que merece nuestra máxima atención y un análisis profundo. Su testimonio es un recordatorio contundente de que, junto con las promesas de un futuro mejor, la IA también alberga riesgos existenciales que debemos abordar con seriedad y premura.

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